viernes, 20 de febrero de 2009

FEMINISMO PROGRESISTA

Que la espita de los cambios sociales es difícil de abrir, sabido es en casi todo el globo. Cierto es también, pero no por ello compartido, que siempre habrá una miríada sedienta y sediciente de honores y virtudes a la sombra de cada uno de los reclamos de cambio. Que a la Torre de Pisa se le sube la joroba, todos lo sabemos; pero del ver al descubrir hay un abismo. Y peor aún es el ver creyendo descubrir y, en última instancia, apoderarse de los honores del supuesto hallazgo.

Cada vez que aparece en algún medio de comunicación una de esas feministas de pro, con su gesto compungido, el entrecejo fruncido a más no poder, ademanes airados y voz tonante, mientras eleva a categoría de mantra cada una de sus consignas repetidas hasta el hastío, he de suponer que no seré el único mortal –hombre o mujer– que escuche el toque de retreta que llama a la nausea misma. Sí, es el efecto de los efluvios de la melopea de progresismo que, sin comerlo pero sí bebiéndolo, nos vemos obligados a coger cada vez que la televisión nos muestra a una de estas Venus pidiendo su renacimiento ideológico –sin la vieira de Botticelli bajo sus pies, no sea que lo tomen como simbolismo machista–.

Despreciable es la doble moral que enarbolan como desopilantes son sus contradicciones. No obstante, existe un grueso de mujeres que reniegan de la artillería feminista, sin dejar por ello de sostener ciertos principios que, por lógica, debieran instaurarse en la mente de cada ser humano. Una gran muestra de ello es la labor que desempeña la admirable Edurne Uriarte. Abro paréntesis. Confieso sin que me tiemble la voz que, personalmente, me parece de lo más granado dentro de la esfera intelectual y mediática femenina de nuestro país. Una mujer que reivindica día a día el poder de las ideas, patalea contra el ostracismo al que la aboca el nacionalismo vasco, reconoce sin complejos su ambición. Una mujer que se vio acariciada por la mano áspera y trémula del terrorismo cuando los asesinos de ETA quisieron acabar con su vida mediante un atentado con coche bomba en la UPV. Una mujer que ni se muerde la lengua ni titubea con la pluma a la hora de exponer sus ideas y principios tanto políticos –Catedrática en Ciencias Políticas– como sociales y morales. Cierro paréntesis y, por añadidura, lisonja.

Sirva pues lo arriba expuesto sobre Edurne Uriarte como declaración de intenciones. Y es que esta fémina es autora de una de las obras más políticamente incorrectas de nuestro tiempo sin que, por ello, desmerezca el título de obra maestra. Una obra ante la cual escupiría sin reparo Lucía Etxebarría, Espido Freire, Almudena Grandes, Pilar Bardem, Rosa Montero y un largo etcétera de serviles feministas, tan ciegas como dogmáticas ante la nueva moda progresista. Contra el Feminismo. Así, lisa y llanamente. Sin medias tintas. Sin maquillaje. Así se titula la obra con la que abre la veda, merecida, en la cual abate con argumentos demoledores a toda la pléyade de pseudo-intelectuales inoculadas por el virus del feminismo sin ton ni son. Un nuevo ejército llevado a los altares del progresismo al socaire de una búsqueda insaciable por encontrar un Tótem sagrado que venerar. Los indios se conformaban con las cabezas. Los progresistas van más allá: necesitan libar su masa mollar.

Ir del corazón a los asuntos –como diría Hermandez– es lo que hace Uriarte al exponer las distintas causas por las cuales el feminismo como ideología es una aberración, así como un ejemplo de cómo la izquierda, en general, y los progres, en particular, pretenden sembrar el campo de molduras sobre las que dejarnos caer ciegamente, a fin de encontrar distintas corrientes internas por las que arrastrarnos con tal de romper con un presumible orden establecido.

Este feminismo de mercadillo no se conforma con la igualdad de derechos y oportunidades. No. Su arrogancia va más allá. Tampoco buscan una equidad en todos los ámbitos de la vida. Su fin último es el reconocimiento de una supuesta superioridad biológica que las lance a una nueva órbita, mucho más fluida, armoniosa y libre. ¡Újele! En otras palabras: piden lo mismo que desprecian, sólo que a la inversa. Lejos pues de pedir una libertad de acuerdo a unos principios de igualdad, buscan a la desesperada el troquel del vasallaje, ese que convertirá al hombre en un esclavo y un ser abyecto, subordinado a los principios de la hembra. Sed de revancha. Resentimiento puro y duro. Cerrar la herida en falso.

Para ello se topan con todo tipo de ardites y subterfugios con los cuales imponer a machamartillo sus desabridos. Denuncia así Edurne Uriarte en su ya citada obra, cómo esta corriente feminista, gregaria e ignara de las cejas a los calcañares, se ancla a cualquier tipo de teoría científica –sesgada o no– que les baile el agua. Ocurre con las conclusiones de Ashley Montagu, antropólogo y biólogo británico de comienzos del siglo XX, que rompió con valentía algunas de las barreras culturales de la época. Publicó en 1953 The Natural Superiority of Woman, toda una provocación intelectual y formal. Una auténtica Piedra de Rosetta para el feminismo.

Así pues, decía Montagu que la mujer posee un sistema inmunológico más poderoso y un cerebro más pequeño, pero mejor coordinado entre los dos hemisferios que el de los varones. Ello hace que, según el biólogo británico, la mujer sea más perspicaz e intuitiva. No contento, va más allá. La razón última, el eslabón perdido, el músculo cardial se encuentra, nada más y nada menos, en la maternidad. En palabras de Montagu, una sociedad matriarcal sería más benevolente, menos agresiva, más coordinada, más humana. Todo ello por el simple hecho de su maternidad. De esta manera, supone que las mujeres serán las únicas capaces de aportar un nuevo espíritu humanitario, por el melifluo y almibarado amor de la madre hacia sus hijos.

Cierto o no, anteponer una cuestión puramente biológica sobre un plano social, donde presumiblemente ambos sexos debieran moverse en equilibrio y no buscando una supuesta superioridad, carece del más mínimo rigor intelectual y es, ante todo, un destello de zafiedad oportunista. Presume Uriarte así de ser una mujer ambiciosa, que busca el poder, de la influencia lograda a través de las ideas. Denuncia también que las mujeres son tan salvajemente violentas como los hombres. Además, no tiene reparo en reconocer la repugnancia que le produce la paridad, así como las rijosas armas sexuales de las mujeres. “Yo sólo valoro las armas intelectuales”, agrega.

En este orden de cosas, conviene cruzar el río tanteando las piedras y adentrarnos en la selva negra del feminismo y sus consecuencias. Que el debate es obligado, cierto es. Que las diferencias biológicas existen, obvio es también. Pero cuando se juega con esas diferencias de acuerdo a una necesidad de anteponer unos derechos sobre otros, interiorizando sólo las diferencias a convenir y poniendo en la diana la integridad moral y física del despreciado, es un juego peligroso, pues la espada corta en ambas direcciones. Lo vemos con la Ley de Paridad. Una Ley que se toma la licencia de defenestrar a hombres valedores y corona a mujeres con quizás menos capacidades por una simple cuestión de cuota, en lugar de atenerse al mérito. Se huye de una discriminación lejana, para darle la mano a una discriminación positiva, pero que, a efectos prácticos y reales, en discriminación se queda. Vamos más lejos aún. Cuando la Ley interfiere en las relaciones afectivas en caso de que una de las partes comprometidas se vea atropellada por la otra, es sano que la seguridad pública, por añadidura, vele por la seguridad individual de la parte afectada. Igual de sano es que se articulen mecanismos en base a la búsqueda de una profilaxis física. Sin embargo, nos encontramos una Ley –la de Violencia de Género– cargada de buenas intenciones, pero que, en la realidad, está resultando ser demoledora. Defendido es también por Edurne Uriarte, pero más aun por el heresiarca José Díaz Herrera en su obra El varón castrado. Denuncia cómo la Ley misma se basa en la premisa de que el hombre es quien ha generado la violencia doméstica desde tiempos inmemorables. Olvida esta Ley que la situación de las mujeres difiere en forma y esencia a la de antaño. Éstas pueden presumir de libertad y no dependencia respecto al sexo masculino, en tanto que las revoluciones de los anticonceptivos y laboral las dotó de mecanismos de independencia casi total, si no nos atenemos a otra suerte de necesidades, afectivas en este caso.

Nos encontramos con una Ley que destierra socialmente a los hombres a los que se les aplica. Cuenta Díaz Herrera cómo en base a esta Ley, junto a la Ley del Divorcio, todos los bienes son susceptibles de pasar a manos de la mujer en caso de no haber separación de bienes y mientras los hijos sean menores de edad; el hombre es expulsado del hogar sin que por ello deje de pagar las letras si la casa no es propiedad, al igual que la manutención total de los hijos y, llegando más lejos, existe la posibilidad de tener orden expresa de no acercarse a los menores. Así, Caritas puso sobre la mesa un informe en el que, por caso, en Granada, ochocientos de sus mil vagabundos provienen de la aplicación de esta Ley. Una Ley que arruina muchas vidas, pero previene pocas muertes. De hecho, no las previene. Cantos de sirena. Poesía. Maquillaje. Corrección política. Suma y sigue.

Y es que, la erudición de un ser se mide a veces por la ignorancia de los demás. Y resulta que en esta España nuestra son muchos los que están dispuestos a comulgar con las plúmbeas ruedas de molino de lo políticamente correcto sin tan siquiera cuestionarse algunos de sus preceptos. Es la ideología hecha religión. Recordemos que Religión viene de religar, y es precisamente eso lo que hacen los prebostes de la progresía: religar, mezclar todo tipo de dogmas, de residuos ideológicos, de ideas marginales, a fin de crear un nuevo paradigma desde el cual dejar brotar todo un bosque de incoherencias. Eso sí, muy religiosas ellas.

3 comentarios:

Mike dijo...

¿Y lo bien que le biene a la mitad de la nación que le digan lo que tiene que hacer y pensar?

Eso es comodidad y lo demás, tonterías.

Buen Artículo.

Natalia Pastor dijo...

Muy bueno el post,Samuel.
La verdad es que estamos viviendo bajo una estricta dictadura feminazi,peligrosa, y que ha provoicado una ley de género absolutamente injusta y lesiva para los hombres,que son criminalizados de buenas a primeras,sólo con la denuncia de la mujer sin que medie prueba alguna.
Personajes como Edurne son necesarias para tratar de reconducir esta sitiuación dañina y lesiva para los intereses generales y democráticos de la sociedad española.

El Abogado Chalado dijo...

Del artículo sólo chirría la foto de esa gran mujer debajo del título "Feminismo progresista".
Por lo demás, como siempre, estupendo.