lunes, 22 de enero de 2007

EL MILAGRO DE LOS PECES



Resulta curioso poder observar cómo la progresía bienpensante ha tomado las riendas del mal llamado tercermundismo para darle unas coordenadas totalmente falaces y partidistas, convirtiéndolo en una mera ecolalia vacía. Lo grave de todo este fenómeno es que su proselitismo natural les conduce a un comportamiento carroñero y cicatero, llegando a maquillar la realidad con tanta mezquindad que roza extremos lancinantes. Pero claro, por suerte y razón de ser, existe un grueso de población sumamente importante que nos negamos a pasar por semejante horca.

La zoquetera historia de cafetería que nos tratan de vender los medios informativos electoralistas, la ONU, así como infinidad de ONG’s que parasitan el bolsillo del contribuyente, se sostiene en un elemento que hace las veces de dogma de fe: el capitalismo que todo lo puede porque todo lo roba

Para esta izquierda amazacotada, la raíz de tanta miseria y hambre se halla en un sistema económico que, paradójicamente, nos ha brindado un nivel de vida y desarrollo sin precedentes. Por extensión, la famosa globalización no hará sino acentuar una pobreza ya crónica en el tercer mundo, y un desarrollo insostenible en occidente gracias al robo y la explotación de los países menos favorecidos. Otra de las muchas "perlas de sabiduría" que nos suelen regalar es que la colonización los condicionó de por vida a la pobreza extrema, olvidando –o ignorando- que en Asia existen multitud de excolonias que han acabado con la pobreza y el hambre gracias al capitalismo. Pero cuando se trata de manipular a la opinión pública…no importa pasar por alto realidades tan ilustrativas para así poder seguir con su cruzada anticapitalista. No obstante, estamos obligamos a plantearnos una pregunta: ¿Realmente es fruto del capitalismo la situación actual de África?

Si deshilvanamos la madeja poco a poco, nos damos de bruces con datos llamativos que echan por tierra todas y cada una de las argucias que la élite progresista nos mete entre pecho y espalda con sus sucias arengas.

Actualmente existen multitud de organismos encargados de alimentar el desarrollo del tercer mundo mediante planteamientos económicos netamente capitalistas que conviene advertir:

Así, impulsado por la descolonización, nació el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo; para coordinar la reconstrucción económica europea. Pero, sin embargo, su mandato se extendió rápidamente para invertir en la infraestructura de países en desarrollo. El papel del Banco Mundial era asegurar que se diesen las condiciones para el desarrollo del mercado. Es decir, financiaba la creación de la infraestructura no existente requerida para el desarrollo de la economía de mercado. El tercer mundo cuenta con abundante tierra, mano de obra y potenciales recursos naturales, pero lo que necesita desesperadamente es capital. Sin capital, los mercados quedan paralizados o, incluso, son inexistentes. He ahí unos de las piezas claves del movimiento tercermundista; pues para toda esta caterva de solidarios filantrópicos la salvación se halla en una mayor ayuda económica directa, sin más, en lugar de generar el capital necesario para la creación de un mercado libre capaz de interactuar con el exterior.

Podemos utilizar ejemplos notorios de lo que ocurre cuando ese mecanismo es llevado a cabo sin un sistema jurídico que garantice la viabilidad de semejantes ayudas:

En Ghana, Kwame Nkumah tuvo en sus manos la posibilidad de darle al país una libertad económica nunca vista. ¿Qué fue lo que falló? Pues, sencillamente, falló lo que falla en África: la burocracia. Corrupción, nepotismo, prebendas políticas, sobornos, desviación de fondos de ayuda internacional a las arcas privadas...Así, Nkumah obtuvo grandes riquezas personales, pero acentuó la pobreza del país. No contento con esto, ocurrió otro de los muchos males generalizados por el llamado “socialismo africano”. Poco tiempo tardó en declarar a Ghana como una República, autoproclamándose Presidente, y llevando al cadalso a sus adversarios políticos. Así, quedó varado en dique seco el proyecto más gigantesco que se pudo realizar en África. El proyecto del Río Volta coincidía perfectamente con la teoría del desarrollo. El embalse pondría en marcha los eslabonamientos ascendentes y descendentes de la industria –tal como lo hiciera la Tennesse Valley Authority en los Estados Unidos del New Deal-, postulados por los economistas y que otorgarían a Ghana su independencia económica. Sin embargo, la corrupción echó por tierra las esperanzas de un país que sucumbía ante la miseria. Así, quedaba evidenciado que el problema de estos países era también interno. La corrupción y el derroche en inversiones de dudoso éxito con los fondos de ayuda externa era algo demasiado frecuente. Los grandes economistas del momento llegaron a una conclusión: el problema comenzaba por casa. Las dictaduras socialistas son el verdadero vórtice de pobreza en el tercer mundo, dato que, generalmente, suele ser despreciado por los progresistas.

Por otro lado, la Corporación Financiera Internacional, afiliada al Banco Mundial, con especial focalización en el sector privado, estaba tratando de promover el flujo de fondos hacia los mercados de valores emergentes. Así fue como Antoine Van Angtmael se unió al CFI y promovió éste tipo de inversiones, en lo que él mismo bautizaría como mercados emergentes. La idea fue vista como una locura, pero lo cierto es que en 1996, la capitalización mundial de estos mercados era del 11%, cuando 10 años antes tan sólo lo era del 5%. Algo funcionaba.

Para ilustrarlo mejor, volamos hacia Asia:

A finales de los años 80, de los diez principales bancos del mundo, ocho eran japoneses. Sin embargo, debemos tener en cuenta que a finales de la Segunda Guerra Mundial, la situación era caótica y no ofrecía esperanza alguna. En los años 70, la población japonesa ya tenía los llamados “tres tesoros sagrados”: televisor, lavadora y frigorífico. Tan sólo veinte años después, tres empresas japonesas lograron transformar un invento estadounidense de cincuenta mil dólares, en un producto de consumo de masas de quinientos dólares. Hablamos de la grabadora de video, VRC. ¿Casualidad? Todo menos eso.

Corea del Sur, por su parte, era sumamente pobre. El PIB no alcanzó los 100 dólares hasta 1963. Los continuos ataques de una Corea del Norte comunista empeñada en hacerse con su vecina, no hicieron más que sumir al país en un miedo cerval y una economía inexistente. No obstante, siguieron el modelo económico japonés, pese al odio que les tenían por los cincuenta años de invasión. Gracias a eso, Corea del Sur se encuentra hoy día entre las naciones más industrializadas del mundo.

Taiwán, al igual que Corea del Sur, eran producto de la guerra fría y la insidia del comunismo. Durante ese período, la ayuda externa de los Estados Unidos fue de suma importancia; posibilitó a Taiwán invertir en equipamientos y pagar sus importaciones. Otro claro ejemplo de cómo los Estados Unidos y el capitalismo han hecho las veces de comadrona a una economía bebé que apenas respiraba.

A tenor de lo visto, tenemos motivos de sobra para mirar con recelo a todos esos que abogan por un mayor intervencionismo estatal.

Fiedrich Hayeck ya había demostrado en su obra Camino de servidumbre, que la implantación de un sistema de economía centralizada deriva necesariamente en un régimen totalitario, pues la eliminación del derecho de propiedad y de la libertad de interaccionar con el resto de la sociedad es una agresión tan brutal a la esencia misma del ser humano, que sólo a través de su imposición bajo un régimen de terror es posible llevarla a cabo. Todos los ensayos prácticos de las teorías marxistas han dado como resultado pobreza, miseria, terror y océanos de sangre. Es hora de darle el relevo a un capitalismo no tan salvaje como lo pintan y mucho más eficiente que cualquier modelo económico centralizado e intervencionista. Sin libertad económica no hay libertad individual, por mucho que se empecinen los marxistas en demostrarnos lo contrario. A la vista está su reacción cuando le rozan el bolsillo...

El Dr. Friedman trató de sintetizar sus fuertes críticas al gasto público y la creciente intervención estatal en el proceso productivo, con una maravillosa parábola, que dice así: "si uno gasta su dinero en uno mismo, se preocupa mucho de cuánto y cómo se gasta; si uno gasta su dinero en otro, sigue estando muy preocupado de cuánto se gasta, mas no tanto de cómo se gasta; si uno gasta el dinero de otro en uno mismo, no se preocupa tanto de cuánto se gasta, pero sí de cómo se gasta. Sin embargo, si uno gasta el dinero de otro en terceros, uno no se preocupa mucho de cuánto, ni de cómo se gasta".

El capitalismo es el único sistema que hace posible la existencia de una amplísima, casi hegemónica clase media. Mientras tanto, los antiglobalización se declaran preocupados por las desigualdades, la explotación infantil, la miseria, y bla, bla, bla...todo ello derivado –claro- del robo capitalista. ¡Basta ya!. Sí, basta ya -por ejemplo- de alimentar a todos y cada uno de esos gorrones que viven de sembrar el odio capitalista y el amor tercermundista con sus perogulladas, como si los demás no quisiéramos un tercer mundo sin hambre y penurias; tachándonos, además, de inhumanos e insolidarios, cuando lo único que deseamos como personas -tanto o más que muchos de ellos- es un mayor pragmatismo, algo que queda a kilómetros de este batallón de chupatintas que no hacen más que ponerle la manzana en la boca a las dictaduras socialistas africanas. La libertad de mercado garantiza más prosperidad que cualquier modelo marxista. Miremos hacia aquellas democracias incipientes de Asia con economías homologables a las occidentales y preguntémonos con la mano en el corazón: ¿Merece la pena seguir con esta cruzada anticapitalista cuando hemos asistido a uno de los mayores milagros de la economía mundial?

Menos pancartistas antiglobalización con línea ADSL y teléfono móvil 3G, y un poquito más de seriedad, por favor. El libre mercado ha evidenciado con sus mecanismos de ajuste automático que podemos y debemos romper con la mano oculta del Estado, permitiéndonos ello equiparar una mayor libertad económica a una reducción de la pobreza en los países en desarrollo. ¿Por qué negarlo?. Ya podemos ir piafando...

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