Varias noches encerrado como una rata de laboratorio en un zulo de dos metros cuadrados. Pan y agua. Lejos del castigo y el escarnio que supone estar aislado del mundo a la fuerza, quema la conciencia como un hierro caliente el saberse inocente y hallarse, al mismo tiempo, golpeando las aldabas de prisión. Cuarenta años posiblemente. Al quinto día, llega su Viernes de Crucifixión. Los sayones de la Guardia Civil de Playa de las Arenas suben a Diego Pastrana a dependencias oficiales. Tras sentarlo frente a un ordenador, una a una, como las martilladas que golpean los clavos de la cruz, van pasando las fotos de su hijastra Aitana. No se trata de las clásicas fotografías utilizadas en los ardites psicológicos de la Policía y Guardia Civil para presionar hasta el derrumbe al acusado y conseguir así la miel de la confesión. En este caso van más allá. Pasa por el monitor lenta y parsimoniosamente, como un cortejo macabro, la secuencia de fotos de la niña muerta y desfigurada tras la autopsia. Más al fondo se hunden los clavos de su agonía conforme los agentes disparan sus lombardas acusatorias. Uno de ellos le espeta:«¡Asesino, te vas a pudrir! ¡Mírala, cabrón! ¡Mira lo que has hecho con la niña!».
Al poco, abandona el patíbulo con los pies en vertical. Y los clavos en el corazón. Dejan a Diego en libertad sin cargos, previa sevicia. Pero su segunda estación de paso es un Hospital para recibir tratamiento psicológico. Es un escombro humano. Días antes ponía de igual sus pies sobre el Hospital, ésta vez acompañando a Aitana. Miento, pues ni siquiera le dejaron entrar en la consulta con la pequeña, como mandan los cánones en cuestiones de menores. Tras el accidente en el tobogán del que se cayó y golpeó en la cabeza Aitana, Diego la llevó a Urgencias, donde le recetaron Dalsy y le dijeron que al poco tiempo la niña volvería a estar corriendo. Es ya en casa cuando se le acrecientan los dolores de cabeza a su hijastra y se produce un desmayo. Ante el miedo, la vuelve a llevar al médico. Es éste segundo médico quien impide entrar a Diego en la consulta. De ahí sale el informe que habla de desgarro vaginal, anal, quemaduras, hematomas en el pecho...
Mientras, los vientos del odio arrecian en la calle. La Agencia EFE mueve los hilos que llevan el informe médico al resto de medios de comunicación. Como cerdos en torno al dornajo, periódicos y telediarios degluten sin masticar toda la información. No sólo los medios vulneran la presunción de inocencia de Diego Pastrana, sino la misma Guardia Civil que sostiene el informe médico como hecho probatorio. Arrojan su presunción de inocencia a una manada de lobos ansiosos de morbo y lapidaciones mediáticas. Como escribía Arcadi Espada hace dos días, el cien por cien de los españoles escupiría un ¡qué cara de hijo de puta! viendo al muchacho en las páginas de prensa y telediarios, esposado como un delincuente de opípara trayectoria.
El aquelarre generalizado, propio de la Noche de Walpurgis en el Monte Blocksberg tan bien retratada en el Fausto, se hace comunión. Hasta que, de repente, como por ensalmo, el reloj se detiene y la sangre se bate en retirada. El informe del forense retumba como un toque de campana. La autopsia confirma que todos los daños fueron causados por la caída. También indica que no había agresión en las partes íntimas; que las quemaduras eran fruto de una reacción alérgica a la crema; que los moratones venían de los primeros auxilios realizados... Y Domingo de Resurrección. Sólo para Diego, claro.
Los medios de comunicación –cuando no hacen mutis– comienzan a recular. Les han cogido con el garrote en el potro de torturas. Después de dejarse arrastrar por las bajas pasiones tan montarazmente, buscan culpables. Por encima de ellos están los médicos que, bajo un baño de prejuicios y corrección política, condujeron a Diego Pastrana al paredón. Y es que, sólo el hecho de no dejar entrar en la consulta a quien por entonces era padrastro de Aitana, está recubierto por un denso y caliginoso manto de oscuridad, prejuicios y valores transmutados. El médico, tan ansioso de dar cobertura a un caso de maltrato y abuso de menores, y sobrevenido por lo que tiene ante sus ojos, cubre el peaje a la Guardia Civil para que sigan a toda velocidad por un carril unidireccional. Es el carril que sólo una mente ebria de prejuicios puede otorgarle a un joven padrastro que acompaña a su hijastra lesionada en un accidente, saltándose con ello la propia deontología médica. Ocurre, sin embargo, que la espada corta en ambos sentidos. Por querer hacer el bien, se hace el mal. Y qué mal. Por la mala praxis de un medicucho del tres al cuarto, no sólo se impide salvar una vida, sino que se tortura a un inocente.
“La justicia de Peralvillo, que después de asaetado el hombre le formaban proceso”, reza el dicho popular. Y es que en Peralvillo, el Tribunal de la Santa Hermandad ejecutaba al presunto delincuente y después iniciaba las pesquisas pertinentes. La casa por el tejado. Ocurría pues que, muchos de los asaetados, eran inocentes. De esta guisa, Diego Pastrana, asaetado psicológicamente hasta la zangarriana más oscura, resulta ser inocente. Cabe preguntarse si este estado de clorosis moral en el que se han visto inmersos médicos y periodistas no es más que el reflejo, el pulso interno de una sociedad enferma que, ante el más mínimo indicio de vulneración de los mandamientos de la corrección política, se levanta en armas dispuesta a violar los derechos elementales de todo ser humano. Cortarle la cabeza a la presunción de inocencia es tanto como retroceder en el tiempo hasta el S.XV. Médicos, periodistas y Guardia Civil, han tirado del carro de la ignominia y, aún más, del ridículo. Queda por ver ahora el camino que seguirá la Justicia, pues, la purga debería empezar por ese médico que, lejos de volver a poder ejercer, debería resarcir las heridas de Diego Pastrana. En Estados Unidos la compensación no bajaría del valor del Hospital mismo. Aquí, tan corporativistas, tan públicos, los disparos justicieros irán por otro lado. Por no hablar de la Guardia Civil, realizando torturas psicológicas a las puertas de 2010. Y es que, como confesara Diego Pastrana, preferiría mantener el recuerdo de Aitana corriendo por el parque y no muerta y deformada, como le obligó la GC a contemplar.
Y los medios… En fin, los medios:
http://www.youtube.com/watch?v=GAvYVVUf5pU&feature=player_embedded
Al poco, abandona el patíbulo con los pies en vertical. Y los clavos en el corazón. Dejan a Diego en libertad sin cargos, previa sevicia. Pero su segunda estación de paso es un Hospital para recibir tratamiento psicológico. Es un escombro humano. Días antes ponía de igual sus pies sobre el Hospital, ésta vez acompañando a Aitana. Miento, pues ni siquiera le dejaron entrar en la consulta con la pequeña, como mandan los cánones en cuestiones de menores. Tras el accidente en el tobogán del que se cayó y golpeó en la cabeza Aitana, Diego la llevó a Urgencias, donde le recetaron Dalsy y le dijeron que al poco tiempo la niña volvería a estar corriendo. Es ya en casa cuando se le acrecientan los dolores de cabeza a su hijastra y se produce un desmayo. Ante el miedo, la vuelve a llevar al médico. Es éste segundo médico quien impide entrar a Diego en la consulta. De ahí sale el informe que habla de desgarro vaginal, anal, quemaduras, hematomas en el pecho...
Mientras, los vientos del odio arrecian en la calle. La Agencia EFE mueve los hilos que llevan el informe médico al resto de medios de comunicación. Como cerdos en torno al dornajo, periódicos y telediarios degluten sin masticar toda la información. No sólo los medios vulneran la presunción de inocencia de Diego Pastrana, sino la misma Guardia Civil que sostiene el informe médico como hecho probatorio. Arrojan su presunción de inocencia a una manada de lobos ansiosos de morbo y lapidaciones mediáticas. Como escribía Arcadi Espada hace dos días, el cien por cien de los españoles escupiría un ¡qué cara de hijo de puta! viendo al muchacho en las páginas de prensa y telediarios, esposado como un delincuente de opípara trayectoria.
El aquelarre generalizado, propio de la Noche de Walpurgis en el Monte Blocksberg tan bien retratada en el Fausto, se hace comunión. Hasta que, de repente, como por ensalmo, el reloj se detiene y la sangre se bate en retirada. El informe del forense retumba como un toque de campana. La autopsia confirma que todos los daños fueron causados por la caída. También indica que no había agresión en las partes íntimas; que las quemaduras eran fruto de una reacción alérgica a la crema; que los moratones venían de los primeros auxilios realizados... Y Domingo de Resurrección. Sólo para Diego, claro.
Los medios de comunicación –cuando no hacen mutis– comienzan a recular. Les han cogido con el garrote en el potro de torturas. Después de dejarse arrastrar por las bajas pasiones tan montarazmente, buscan culpables. Por encima de ellos están los médicos que, bajo un baño de prejuicios y corrección política, condujeron a Diego Pastrana al paredón. Y es que, sólo el hecho de no dejar entrar en la consulta a quien por entonces era padrastro de Aitana, está recubierto por un denso y caliginoso manto de oscuridad, prejuicios y valores transmutados. El médico, tan ansioso de dar cobertura a un caso de maltrato y abuso de menores, y sobrevenido por lo que tiene ante sus ojos, cubre el peaje a la Guardia Civil para que sigan a toda velocidad por un carril unidireccional. Es el carril que sólo una mente ebria de prejuicios puede otorgarle a un joven padrastro que acompaña a su hijastra lesionada en un accidente, saltándose con ello la propia deontología médica. Ocurre, sin embargo, que la espada corta en ambos sentidos. Por querer hacer el bien, se hace el mal. Y qué mal. Por la mala praxis de un medicucho del tres al cuarto, no sólo se impide salvar una vida, sino que se tortura a un inocente.
“La justicia de Peralvillo, que después de asaetado el hombre le formaban proceso”, reza el dicho popular. Y es que en Peralvillo, el Tribunal de la Santa Hermandad ejecutaba al presunto delincuente y después iniciaba las pesquisas pertinentes. La casa por el tejado. Ocurría pues que, muchos de los asaetados, eran inocentes. De esta guisa, Diego Pastrana, asaetado psicológicamente hasta la zangarriana más oscura, resulta ser inocente. Cabe preguntarse si este estado de clorosis moral en el que se han visto inmersos médicos y periodistas no es más que el reflejo, el pulso interno de una sociedad enferma que, ante el más mínimo indicio de vulneración de los mandamientos de la corrección política, se levanta en armas dispuesta a violar los derechos elementales de todo ser humano. Cortarle la cabeza a la presunción de inocencia es tanto como retroceder en el tiempo hasta el S.XV. Médicos, periodistas y Guardia Civil, han tirado del carro de la ignominia y, aún más, del ridículo. Queda por ver ahora el camino que seguirá la Justicia, pues, la purga debería empezar por ese médico que, lejos de volver a poder ejercer, debería resarcir las heridas de Diego Pastrana. En Estados Unidos la compensación no bajaría del valor del Hospital mismo. Aquí, tan corporativistas, tan públicos, los disparos justicieros irán por otro lado. Por no hablar de la Guardia Civil, realizando torturas psicológicas a las puertas de 2010. Y es que, como confesara Diego Pastrana, preferiría mantener el recuerdo de Aitana corriendo por el parque y no muerta y deformada, como le obligó la GC a contemplar.
Y los medios… En fin, los medios:
http://www.youtube.com/watch?v=GAvYVVUf5pU&feature=player_embedded
1 comentario:
No puedo evitarlo, al pensar en la jauría vil, en esa canallada colectiva, en esa picota pública y denigrante de los medios de des-información, sólo puedo pensar en una cosa:
Hijos de puta. Hijos de la grandísima puta.
Publicar un comentario