lunes, 16 de noviembre de 2009

DOS TIBIAS Y UNA CALAVERA


En 1993, intervinieron por fin los Estados Unidos en el conflicto de Somalia. Una guerra encostrada entre distintos clanes étnicos y grupos políticos cuyo fin parecía cada vez más difuso. Entre matanza y matanza, se abría la puerta a la islamización del cuerno de África y una nueva oportunidad para humillar al enemigo –infiel en la jerigonza fanática–, una vez los occidentales pusieran sus pies en tierra sagrada. De ahí que, al tiempo, tras el famoso derribo de un helicóptero Black Hawk del ejército de los Estados Unidos por parte de las milicias islámicas y la posterior espantada de las tropas norteamericanas tras el suceso, declamara Bin Laden con ese donaire de hombre resuelto: «Les matamos a 19 y se retira un ejército entero».

Poco después, Bin Laden y su Estado Mayor se mudaron a Sudán, colmena de campos de entrenamiento de futuros muyahidines, tal como Níger o Chad, a fin de mover los hilos de la Yihad allende al Mar Rojo. La islamización se cocía a fuego lento. Y de aquellos polvos, la yesca de estos lodos.

Haradhere es la capital de la piratería, con poco más de 6.000 habitantes. El único servicio público que tienen son las mezquitas. Por no tener, no tienen ni las clásicas madrassas, puesto que aquéllos que pretenden la iniciación de sus hijos por los laberintos del Corán recurren a las mismas mezquitas como centros de adoctrinamiento.

Años atrás, distintos movimientos islámicos consiguieron expulsar a los milicianos –hasta entonces apadrinados por los Estados Unidos– apoderándose de los puestos de control de la zona. Tras triturar a los enemigos como las muelas de molino trituran el grano, los grupos fundamentalistas con mando en plaza implementaron los secuestros, más allá de lo que hasta entonces se permitía ese conato de hermandad de bucaneros que desde 1998 operaba en la costa a fin de garantizar una supuesta seguridad más que ficticia y etérea.

Desde entonces, tal y como demuestra CRÓNICA –que se adentró durante días en el mismo Haradhere, desde donde se puede columbrar los 13 buques secuestrados, entre ellos el Alakrana– los piratas viven muellemente a cuerpo de Rey. De Rey somalí, claro está. Tres esposas, electricidad, teléfonos móviles y lo más importante: dinero contante y sonante. Ese que, sólo con el campanilleo que produce en los bolsillos al caminar, cubre con un halo de grandeza a esos jóvenes piratas ávidos de gloria. Son héroes en casa.

Lo nefario de sus vidas, lejos de despertar auténticos odios africanos –nunca mejor dicho–, eleva la rijosidad de las jóvenes de la ciudad, quienes buscan arrimarse al abrigo de ese fuego que da el poder. Nada les importa ser la cuarta esposa, siempre que así puedan echar el ancla en la tierra firme de lo seguro. Y en la socaliña de la piratería encuentran más que refugio.

Para estos corsarios de chichinabo, sin grandes medios ni tan siquiera dotados de una capacidad militar lo suficientemente refinada, su principal carta a jugar descansa sobre el hecho de no tener nada que perder. Pobres arrapiezos con ínfulas de Barbarroja pero en versión ébano vivo, dispuestos a lanzarse a la carótida de cualquier buque sobre el que puedan clavar los colmillos del chantaje de la más baja ralea. He ahí su médula neurálgica. Pero ocurre que quien busca el peligro en él perece. Siempre que éste, claro está, no sea un peligro de algodones, lanar, lenificado. Y eso es lo que ocurre cuando lo concreto de las aguas, pasa a lo abstracto de los despachos ministeriales.

Ángel Tafalla Balduz es almirante retirado, ex 2º jefe del Estado Mayor de la Armada y del Mando Marítimo OTAN de Europa de Sur y hoy, desde su retiro del mundo militar, rompe con ese silencio pastoso y denso que sella las bocas de aquellos que se pliegan a las directrices del cuerpo político. Lo hace en la Tribuna Libre de la edición de hoy del diario El Mundo. Desde ahí, analiza de qué manera las fragatas Méndez Núñez y Canarias –con tres helicópteros modernos y sus destacamentos embarcados de Infantería de Marina– son más que suficientes no sólo para resolver un conflicto como el del Alakrana, sino también el de la piratería en el Indico. ¿El problema? La falta de voluntad política. Con unos gobiernos asépticos en materia militar, cuestiones de este pelaje pueden llegar a enquistarse como está ocurriendo con el caso del Alakrana, en el que la única solución pasa –además de mentir a la opinión pública– por darle con la uña a la Constitución a fin de orientar el problema hasta la orilla que más convenga. Todo vale, incluso endosarle al pequeño Willy abogados de la talla de Díaz Aparicio, quien se encargó de la extradición de uno de los miembros de los GAL –Jean Philippe Labade– de igual que busca ahora la extradición del pirata.

Así, Ángel Tafalla resume la situación con una sencilla expresión matemática: «Lo que pudiéramos denominar eficacia militar (Em) es, en su forma más simplificada, el producto de una capacidad militar (Cm) por una voluntad política (Vp). En nuestro caso, Cm sería 9 y nuestra Vp 2. Por el contrario, el enemigo tendría Cm 1 y Vp 9»

Ocurre que, como dijera Pascal, quien pretende comportarse como un ángel termina dándole alas al diablo. Salir del Dédalo de la piratería no pasa por la Alianza de las Civilizaciones ni por la palabrería huera de Zapatero. Ni mucho menos por endilgarle a Occidente el peso de la culpa de todos los males. El fin de la piratería en Somalia no es más que el de la recaudación, y no la protección de sus recursos pesqueros como opina algún papahuevos de pandereta del jaez de Willy Toledo, quien espetó que los piratas somos nosotros y no los somalíes. Básicamente, porque en Somalia lo más lejano que existe de la realidad es la garantía de un Mercado propio. Usura y latrocinio generalizado. Y mercadeo a lo sumo, en su sentido más clásico.

Cuando los caudillos del Islam se levantan en armas buscando cualquier razón que justifique sus odios al tiempo que se toman la licencia de asaetarnos, lo menos apropiado es sacar a flote el don de flema de Zapatero y compañía. Y es que verdes las han segado. Si se alimenta el vicio de la piratería con más facilidades para la misma, será tanto como darle las llaves del gallinero al zorro. Y en esto, el Ejecutivo de Zapatero es más que experto. Nuestro ayatolá del relativismo más fachendoso y ramplón es capaz de nadar una y otra vez sin mojarse la ropa en un piélago de desmanes y corruptelas. Un líder político sin la brújula del bien y el mal, siempre tenderá a hundir los pies en cualquier barrizal y salir airoso con cuatro palabras mágicas plagadas de ambigüedades. Así las cosas, Dios nos salve de los salvadores.

Mientras, en tierra firme, allá por Haradhere, las jóvenes Vestales de atezada piel seguirán implorando a Alá por la seguridad de sus pequeños corsarios, mientras dan las gracias en las noches de duermevela por haberles regalado el mapa del tesoro. Con Zapatero al mando de nuestro Santísima Trinidad particular, todo será coser y cantar. Al menos, mientras se desoigan voces como las de Tafalla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si grave es ya, Samuel, que 36 pescadores hayan permanecido cautivos durante 47 dias y que tras su liberación no se haya capturado ni a uno solo de los piratas, mas grave es aun el trasfondo de esta situación, que no es mas, que el descredito que sufre España fuera de nuestras fronteras. Habría que preguntarse si los somalíes hubieran asaltado un barco frances, sabiendo de ante mano, como se las gasta Sarkozy. Otro ejemplo de la política del talante de ZP, es lo que esta pasando en Gibraltar, donde la Royal Navy y la policía de Gibraltar amenazan con detener a la Guardia Civil en nuestras propias aguas. De vergüenza y mas sabiendo que esto sucede, desde que el bueno de Moratinos decidio romper con sus antecesores en el cargo y pisar suelo gibraltareño. En fin, q a estas alturas, lo mas que ha conseguido Zapatero es que su clon en versión mulata, lo nombrase en un debate con MCain. Con esto, ya debe tener para presumir durante 2 o 3 legislaturas.
Un saludo y sigue escribiendo así.