sábado, 7 de agosto de 2010

DOPAJE: ¿LEGALIZACIÓN Y LIBERTAD?



Todos hemos tenido en nuestra infancia y primera juventud un ayer que quiso ser mañana, un pasado a medio camino entre el quiero y el no puedo. Una epopeya inconclusa. Un Ulises braceando por alcanzar una Ítaca que no llega. Pertenezco a una generación de héroes caídos. Miles de manzanas podridas se consumen alrededor. Un auténtico cementerio de elefantes. Entre todas esas historias, quizá fuera la de Marion Jones la que más pústulas en el alma levantara. Lo tuvo todo. Una juventud procaz, un carisma deslumbrante, un futuro dolorosamente prometedor, un paso firme y, en virtud y beneficio mediático, una belleza de insobornable sencillez. Todo un rosario de grandezas. Y así, como la paloma mensajera levanta primero el vuelo para después dirigirse a su destino, fue alzándose sobre sí misma hasta volar de hectómetro en hectómetro rumbo a la Gloria.

Con tan sólo quince años, mientras millones de jóvenes peleaban por competir en algún circuito nacional, obtuvo una marca que la situó entre las veinte más destacadas del mundo. Como murallas de Jericó cayendo al toque de las trompetas, Marion Jones veía cómo las paredes de acero del cronómetro iban sucumbiendo a su paso por arte de birlibirloque. Atenas, Sevilla, Sídney, Edmonton. Verla llorar de alegría subida al podio con su medalla al cuello mientras sonaba un imponente himno de los Estados Unidos que a todos nos hacía norteamericanos por unos segundos, sin duda helaba el aliento; pero más aún nos hacía caer de hinojos ante quien iba dibujando sobre el tartán la silueta de una Leyenda viva. Nadie en tantos años silenció de esa manera un estadio de cuarenta mil almas con su sola presencia. Nadie acaparó tantos flashes sobre los tacos de salida. Nadie congeló la sangre durante poco más de diez segundos como ella lo hizo. Y nadie cruzó la línea de meta con una sonrisa como la suya redimiendo de la derrota a sus adversarias. Una sonrisa que a partir de 2003 se convertiría en estertor de muerte.

Fue su entrenador Trevor Graham quien envió una jeringuilla con un esteroide hasta entonces desconocido a la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos. Al tiempo se supo que se trataba de una droga de diseño bautizada como THG, sintetizada específicamente para no ser detectada en los controles antidopaje. Poco tiempo antes había caído su marido, el lanzador de peso C.J. Hunter, esa mole bóvida y chulesca que ninguna madre de bien querría para su vestal. Pero la Reina del Ébano empezó a levantar sospechas tras el escándalo de su esposo. Meses después se divorciaría para dar paso a una nueva relación con el velocista Tim Montgomery. Sin embargo, poco a poco se iban perfilando las sombras de un Averno que condenaría a Jones a sufrir su particular castigo de Sísifo. El escándalo de los laboratorios BALCO tomaba forma. Víctor Conte, el Sumo Hacedor de la trampa, declamó en un programa de televisión lo que ya era un secreto a voces: Marion Jones estaba en la lista negra de deportistas que habían consumido THG. De esta manera, la otrora Diosa de la velocidad cambiaba el salmón de las pistas por el gris del Dédalo de los correveidile. Un laberinto en el que los dardos furtivos le caían desde los cuatro puntos cardinales. Así las cosas, no tuvo más remedio que coger con sus manos la maza para destruir ella misma su propia efigie dorada. A finales de 2007 entonó públicamente el Mea Culpa. Las cinco medallas obtenidas en los Juegos Olímpicos de Sídney ya sólo las contemplaría en las instantáneas que colgaban de las paredes de su salón. Pero aún quedaba lo peor.

Al tiempo que moría el invierno del año 2007, se colaba por sus entrañas y su corazón la tristeza de un otoño más marengo que nunca. Fue condenada a seis meses de prisión y dos años en libertad condicional, cambiando las eternas horas de entrenamiento por 800 horas de servicio a la comunidad. «Les pido que tengan compasión como ser humano que soy», dijo entre lágrimas a las puertas de la Corte en un paroxismo de impotencia. De nada sirvió. Tomaba así santa sepultura una Leyenda.

A su alrededor, otros tantos gladiadores eran pasados por la horca: su marido Tim Montgomery, Antonio Pettigrew, Gatlin, Jerome Young y Alvin Harrison, todos ellos alumnos aventajados de Trevor Graham. Pero el mismo tsunami sacudía el equipo HSI liderado por John Smith, quien entrenara a glorias del nivel de Mo Greene y Ato Boldon. Mientras que algunas estrellas se retiraban a tiempo huyendo así de la peste, otros tantos quintacolumnistas del HSI como Torri Edwards, Larry Wade, Kelly White o Christie Gaines eran asaetados públicamente cumpliendo condena. Es, toda ella, la pavesa, los rescoldos aún humeantes de una generación perdida. Yo la vi crecer. Yo la vi morir. Con ella se iba el atletismo.

Pero no todo queda en California ni termina en las pistas de atletismo. La Historia del deporte rezuma casos idénticos en distinto espacio y tiempo. Linford Christie, Marco Pantani, Dwain Chambers, Martina Hingis, Ben Johnson, Johann Mühlegg, Paquillo, Alberto García y una ristra interminable de condenados que encuentra actualmente la anilla de metal en la figura de Lance Armstrong. Cualquiera podría decir con datos en la mano que, toda la élite olímpica, tarde o temprano, termina estando a la sombra de una más que justificada sospecha. El COI, algo así como la ONU del deporte y, por tanto, políticamente correcto hasta la saciedad, se lanza a la yugular del dopaje con la noble intención de barrer de la alfombra roja a todo aquel que tropiece con los cardos del dopaje. La principal razón que esgrimen es sus manidas letanías se halla en la base de los benjamines. Esas inocentes criaturas miméticas que siguen con fervor religioso y pasión de monaguillo a todos esos héroes que corren más rápido, saltan más alto o golpean más fuerte. Unas idolatrías que terminan desmoronándose como tótems devorados por las termitas. Así las cosas, el desencanto es la metafísica de quienes beben de la élite del deporte. Jóvenes y mayores.

Pero la hipocresía que empaña al COI y a todos los burócratas del deporte raya la vergüenza. La comodidad de esquivar el problema en lugar de agarrarlo por los cuernos. Lo primero que debe hacer el heroinómano que quiera abandonar su adicción es reconocer el problema. De igual deberían reconocer los organismos implicados el problema del dopaje no como algo aislado de unos pocos tramposos, sino como algo más homogéneo. Como quien ahuyenta tábanos, se sacuden los casos de dopaje que manchan la imagen del deporte de alta competición al arrimo de grandes mafias y deportistas que, aun conscientes de jugar al ratón y al gato, asumen dicho peligro a cambio de la Gloria. Es más, de salirles bien la jugada, muy probablemente vivan hasta el fin de sus días bañados en oropeles gracias a contratos con marcas deportivas, publicidad, programas de televisión, coloquios y todo un hontanar de recursos que pueden garantizar una vida de lo más fastuosa. ¿Quién no quiere morder semejante fruto prohibido? Y peor aún: ¿Anula el sacrificio y trabajo realizado desde niños por estos deportistas el mero hecho de ser descubiertos en un control antidopaje? ¿Es realmente una mentira hacia los demás o hacia ellos mismos al no poder hacer de cara al sol y con plenas garantías lo que desean? Distinta suerte corrieron los deportistas de la antigua Unión Soviética y Alemania Oriental. Alrededor de 10.000 deportistas fueron sometidos a un programa de dopaje institucionalizado mediante el cual eran obligados a doparse con esteroides en cantidades que triplicaron las de Ben Johnson. Caído el muro de Berlín, muchos de estos deportistas gozaron de una libertad que les era ajena por entonces para denunciar las prácticas llevadas a cabo por el Estado a fin de conseguir hacer sombra a los Estados Unidos en su lucha por demostrar la supuesta superioridad del modelo comunista. Muchos de esos deportistas llegaron a pedir que sus records mundiales fuesen anulados, como es el caso de Inés Geipel. Otras, como Heidi Krieger, pagaron un precio más alto. Hoy día se llama Andreas Kriegel debido a la cantidad de hormonas masculinas que le hicieron ingerir sin tener constancia de ello. Igual suerte corrió la Unión Soviética y posterior Rusia, quien desde entonces sigue despeñándose en cada una de las citas olímpicas en las que tiene presencia. Los rusos no saben lo que es liderar un medallero olímpico desde entonces. Es más, siguen perdiendo medallas Olimpiada tras Olimpiada, hasta el extremo de haber perdido nada más y nada menos que 20 medallas en Pekín respecto a la actuación de Atenas. Y con el dopaje en ciernes.

Un dopaje politizado y obligado el que sufrieron estos pobres corderos muesos al servicio del Gobierno que nada tiene que ver con el dopaje llevado a cabo por los atletas norteamericanos –por ejemplo– que actúan en base a su propia libertad individual. Un dopaje que, a fin de cuenta, existe sea cual sea su opción. Y, ante todo, un dopaje que está mucho más presente de lo que las cámaras terminan señalando. En este caso, el ladrón –o sea: el laboratorio– va un paso por delante de la policía –agencias antidopaje–. Muy posiblemente, los primeros pasen por la puerta de comisaría sin levantar la más mínima sospecha. Así las cosas, ¿cuál es la línea que separa el dopaje oscuro y ese otro dopaje que practican todos los deportistas a base de potenciadores de todo tipo que, a veces con el tiempo, terminan entrando en futuras listas de sustancias prohibidas? ¿Acaso no recurren todos los deportistas a ardites más o menos elaborados? ¿Anula eso el trabajo realizado a pie de pista hasta la extenuación? Todo deportista ingiere sustancias que mejoran su rendimiento y capacidad de asimilar el entrenamiento, sean sustancias químicas –legales o no– o esas otras mal llamadas naturales. ¿O es que no siguen idénticos procesos químicos las unas y las otras? ¿Todo lo químico es malo y todo lo natural es bueno? Como señalara Héctor Abad en un artículo de prensa titulado Legalizar el dopaje, tenemos el caso de los hematocritos. ¿Dónde queda la diferencia entre lo artificial y lo natural? «Es deseable que un atleta tenga un porcentaje alto de glóbulos rojos puesto que son éstos los que llevan el oxígeno de los pulmones a los músculos y el oxígeno es la gasolina del cuerpo. Al mismo tiempo, es también conveniente tener una sangre diluida para evitar trombosis. Hay una manera natural de aumentar el hematocrito: viviendo en alta montaña. Si uno se va a vivir seis meses por encima de los 3.000 metros, en un páramo de los Andes, acaba con un hematocrito de más del 50% cuando el normal a nivel del mar es del 40%. El mismo efecto que se obtiene viviendo a gran altitud se puede lograr inyectando una hormona, EPO. El método de la mudanza es permitido; el método químico, no, ni el de las autotransfusiones de sangre, pero esta decisión es caprichosa». ¿Se persigue lo químico o lo que crea situaciones de desigualdad? Quizás la línea sea más difusa de lo que parece. Es por ello que para las revistas Nature y The Lancet –dos de las revistas científicas más importantes– sea preferible legalizar el dopaje y dar cuidados médicos abiertos a todos los deportistas para prevenir los verdaderos riesgos. También llegaron a poner en duda la efectividad de los test antidopaje y el verdadero daño que hace a los atletas.

El economista austriaco Mises ya habló de las consecuencias de la intervención prohibitiva en cualquier terreno de la vida pública. Esta terminará llevando a nuevas intervenciones futuras que, en lugar de erradicar el problema, acabarán engordándolo. En el tema del dopaje, como en el de las drogas, aumentan las mafias que trafican con sustancias sintetizadas en laboratorios clandestinos al margen de los criterios de sanidad mínimamente exigibles. Es ahí donde descansa parte del problema. Sin embargo, cantidades ingentes de dinero se van por el sumidero en programas antidopaje así como controles que no detectan las drogas aún no reconocidas, como ocurriera largo tiempo con el THG. Yendo más lejos aún, mayores condiciones de igualdad proporcionarían unos programas de dopaje asistido y de acuerdo a criterios médicos. Ya no sería una lucha de buenos y malos. Sería la igualdad de condiciones en sí misma ante la que prevalecería la transparencia y la auténtica lucha en la pista cara a cara. Una igualdad que, aun contando con la entelequia de que nadie se dopara, no existiría, pues no son las mismas condiciones biológicas las de un corredor de fondo etíope que las de un madrileño del barrio de Salamanca. Lógica al cuadrado.

Para terminar y como víctima de la demagogia ramplona de burócratas sin oficio ni beneficio en el deporte real, he de decir que más desencanto supone aún para cada uno de esos niños que dicen defender el hecho de ver cómo todos sus iconos caen como peones de ajedrez a una caja vacía que los condena al olvido eterno, antes que verlos competir en igualdad de condiciones. ¿Es intelectual y moralmente más sano cantarles al oído que los Reyes Magos existen hasta que alcancen los treinta? Esa y no otra es la hipocresía ante la que serpentean como culebras de agua el COI y demás organismos competentes por no meterse en harina olvidándose de engañifas que, tarde o temprano, más daño causan a quienes dicen proteger. Doy fe.

Finalizaba su artículo Héctor Abad con un razonamiento digno de coleccionismo fetichista: «En todo caso, dicen, por muchas drogas que se tome un atleta mediocre nunca conseguirá los resultados de uno grande. No es el dopaje lo que hace de Phelps un atleta extraordinario; es una mezcla de genes que lo favorecen con una disciplina de hierro que lo han hecho entrenarse cinco horas diarias durante los últimos 15 años. Aunque quizá tampoco la disciplina sea un mérito: es posible que ésta venga escrita también en nuestros genes»




13 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda el tema del dopaje es complicado, porque como tu bien dices, ¿donde marcamos el límite? ¿por que aumentar los hematocritos de forma natural es legal y aumentarlos mediante la química es ilegal?, eso es tanto como prohibir los abonos químicos y solo permitir el uso de los naturales, cuando ambos logran exactamente lo mismo. Como diría mi querida Chon “hasta ahí, de acuerdo contigo”. Pero ¿ no crees que esto pasaría a ser una guerra de laboratorios a ver quien inventa el producto mas novedoso y lo puramente deportivo pasaría a ser secundario? Dice Héctor Abad que un deportista mediocre por mucho que se dope nunca podrá llegar a ser un campeón, que es necesario el esfuerzo, el trabajo además de tener una genética determinada. Pero en igualdad de condiciones una sustancia puede desequilibrar la balanza y hay que tener en cuenta que no todos los deportistas tendrían acceso a las mismas sustancias, cada uno iría con su laboratorio sponsor. El ciclismo, por ejemplo, pasaría de ser un deporte de garra, esfuerzo, sufrimiento a algo parecido a la fórmula 1, donde gana el equipo que lleva un novedoso difusor ó un motor de incontables cilindros. Además en un dopaje controlado por el COI tendríamos el mismo problema que planteo al principio ¿Dónde marcar la frontera? ¿que hace que una sustancia sea legal o ilegal? Esto sería una huida hacia delante, porque al final siempre existiría un dopaje legal y otro ilegal.
Como ya he dicho, este es un tema complicado y debería plantearse un debate serio sobre el dopaje, aunque a mi la solución que propones no me convence.
un saludo

doblesobresencillo dijo...

Esa guerra que se implementaría de acuerdo a la competencia entre laboratorios no es más que la que se lleva alimentando en otros terrenos con notables beneficios para todos. Creo que es una diferencia de grado y no de calidad el que sólo la punta del iceberg de la élite deportiva goce de calzados hechos a la medida, trajes integrales para las pruebas de natación, bicicletas desarrolladas con nuevos materiales más ligeros e incluso equipos médicos van avanzados. Yendo más lejos, ¿no es doblemente desigual e incluso injusto que un corredor de 100 metros de los Estados Unidos pueda entrenar de acuerdo al modelo de universidades despreocupado de su alrededor mientras que en España un atleta sólo puede aspirar a ello consiguiendo una de las becas de la Federación –que se otorgan conforme a resultados ya establecidos– y que supone vivir con un pie en cada uno de los lados de la navaja? Por no hablar de instalaciones y equipamientos. Y siguiendo con el círculo: ¿no es aún más desigual esa situación de privilegio de los Estados Unidos respecto a deportistas de Sri Lanka? Esas desventajas llegan a cualquiera de los rincones que queramos llegar, ya que no hay más que partir de la base que el deporte es desigual en tanto a posibilidades, medios y resultados.

Detrás de las consignas del COI hay más romanticismo ramplón que realidades cabales. La farsa de “lo importante es participar” llevada al extremo. Es más que obvio que todos quieren ganar, y en base a esa sed de victoria hacen de su propio cuerpo su único vehículo. Desde la Antigua Grecia se sabe que los deportistas se arrimaban al árbol que más sombra daba y se hacían con todo tipo de dietas especiales y pociones que supuestamente aumentaran su rendimiento deportivo. Nada más lejos de lo que se lleva haciendo desde entonces sin descanso, por la sencilla razón de que sólo unos pocos deportistas mediocres se conforman con clasificarse para llegar a los Juegos Olímpicos, el resto quiere la Gloria. Es más, luchan por la victoria porque son conscientes de vivir en un mundo de inestabilidades. De igual que llegan a las Olimpiadas auspiciados por grandes campañas de publicidad y contratos millonarios que le permiten vivir holgadamente e incluso enriquecerse, pueden desaparecer si no cumplen con sus objetivos marcados. Es por ello que la competencia rodea todo el circulo deportivo: deportistas, sponsors, marcas deportivas, entrenadores, equipos y, en último lugar y a la sombra, los laboratorios. El propio laboratorio BALCO no es más que uno de los laboratorios más importantes del mundo en cuando a suplementos nutricionales. Ahí tiene su guerra y su pelea. ¿También pelear por el diseño de hormonas sintéticamente? ¿Por qué no? Siempre que se establecieran unas reglas y unos patrones médicos. Aunque sea una perogrullada al cubo, el deportista hace trampa porque el dopaje es ilegal; si dejara de serlo, no se les tacharía de tramposos y la ética del deporte saldría bastante mejor parada de lo que sale con estas actuaciones clandestinas.

doblesobresencillo dijo...

Yendo más lejos, el propio COI tropieza con sus buenas intenciones, que en eso queda. Según el organismo olímpico, se establecen tres razones por las cuales el dopaje ha de ser combatido: el dopaje va contra la ética del deporte; el dopaje es perjudicial para la salud de los atletas y, por último, el dopaje rompe el principio de igualdad de oportunidades. Párate a pensar. ¿Ética del deporte? ¿No hacer trampas? Ya he señalado la obviedad de por qué es trampa. De igual cabría decir si es ético que al ciclista se le facilite el ascenso con bicicletas más ligeras, puestos a hurgar en la herida; ¿Perjudicial para la salud de los atletas? El deporte de alta competición es perjudicial en sí. El desgaste al que se ven sometidos los deportistas no pocas veces termina pasando factura. Pero, aún así, ya estamos en lo de siempre: intervención. ¿Que el COI ha de preocuparse por mí salud más que yo mismo? No es serio. En tercer lugar, ¿se rompe el principio de igualdad de oportunidades? Ese punto, directamente, es de chiste. Que le pregunten al velocista de Sri Lanka que cae en la primera ronda de clasificación si ha llegado a los Juegos Olímpicos en unas condiciones de igualdad de oportunidades reales. Y no creo que esté frivolizando.

En cuanto a lo del ciclismo, claro que es un deporte de garra, pero yo descafeinaría ese comentario quitándole algo de pasión y romanticismo, dado que es uno de los grandes pozos negros del dopaje, como bien sabes. Aún así, lo que se viene insistiendo: el dopaje no está planteado generalmente para la competición misma, sino para el entrenamiento. No es el botón que se pulsa y te dispara, sino que es parte de esa gasolina que alimenta al deportista en cada entrenamiento diario. Y son esos entrenamientos los que hacen al deportista –con sus técnicas novedosas, su informatización del entrenamiento, su alimentación–. Es la pelea diaria que, poniendo por ejemplo, en la buena de Marion Jones fuera de siempre mucho superior a la de cualquiera que estuviera limpio. Es más, reconoció el dopaje en 2000. Con 15 años ya tenía su marca entre las 20 principales del mundo. ¿Me explico? El dopaje mancha no sólo a la deportista, sino más aún a la persona. Es bastante probable que Marion Jones hubiese ganado esas cinco medallas sin el THG. Con esto quiero decir que el dopaje no es el Bálsamo de Fierabrás. Mucho más importante es el entrenamiento y la lucha diaria.

El tema del dopaje se asemeja mucho al de la legalización de las drogas: pensar que legalizarlas traerá una oleada de drogadictos sin precedentes cuando precisamente es lo prohibido lo que tiene el punto de llamada. Lo mismo que ocurrió con la Ley Seca en Estados Unidos. Perseguir algo malo en base a la creencia de hacernos un favor no hace más que acrecentar el problema.

Para finalizar, no te he podido convencer puesto que no he planteado ninguna posible solución, tan sólo he repetido lo que muchos: que el Rey va desnudo y pocos con mando en plaza quieren ver.

Lo que está claro es que el THG, por ejemplo, no tendría tan mala prensa si la inyectara un médico en base a unos criterios puramente médicos. Lo prohibido...

Natalia Pastor dijo...

La busqueda del record contínuo, de las marcas siderales, del más difícil todavía, de emular a los más grandes es una montaña rusa en la que tarde o temprano el doping aparece.
Hace poco leí un artículo en el New York Times donde se decía que desde Fausto Coppi, pasando por Jacques Anquetil, Eddie Mercks,Hinault... hasta acabar en Armstrong,todos se habían dopado de una u otra manera.

Desde los entrenadores, técnicos,preparadores, hasta los patrocinadores y marcas,etc,etc... todos son responsables en su parte alícuota de un fenómeno que es imposible de erradicar en un deporte que ya no es deporte si no negocio puro y duro,business, donde se mueven cantidades estratosféricas de dinero.

Saludos.

TINTÍN dijo...

Interesante artículo. Justo la semana que dos cafres se han cocido voluntariamente como marisco en una competición de sauna. Esto nos enseña que no hay que desdeñar la parte insensata desquiciada de la naturaleza humana. Lo que parece obvio es que hay que poner límites, que sean más estrictos o menos.
Lo importante es descontextualizar: el deporte es una manifestación cultural, la más importante del siglo XX, pero no es mejor ni peor que otras manifestaciones. Ni debería suplir a otras disciplinas: no es filosofía, no es ética, no es propaganda, no es política... es deporte, y su enemigo es quien pretende que sea otra cosa.

doblesobresencillo dijo...

A Tintín y Natalia:

Claro que es una manifestación cultural ni mejor ni peor que otras. Es más, no creo que nadie haga un potaje con la filosofía y el deporte. Como bien dices, hay que poner límites; pero yo le quitaría algo de romanticismo a la competición y rebajaría el límite a diferenciar entre amateurs y profesionales. El deporte es una empresa en sí misma. Siempre he aplaudido que los deportistas se bañen en oros siempre que sus beneficios crezcan paralelamente a sus resultados. Yendo más lejos, Nike no produciría tanto sin Marion Jones, Lebron James, Michael Johnson y tantas leyendas habidas y por haber. Y sin Nike no veríamos en casa tirados en el sofá las grandes competiciones deportivas retransmitidas por imponentes cadenas de televisión. Es una concatenación de tratos cerrados en el que la última pieza es el atleta. Sin records mundiales no hay grandes patrocinios ni siquiera espectáculo. ¿Quién daría un duro por ver una prueba de 100 metros lisos sin el incentivo mediático de un posible record mundial? Hablo con conocimiento de causa: los 100 metros femeninos agonizaban dada la falta de aproximación al record de Florence Griffith –que se fue a la caja de pino con su secreto mejor guardado– hasta la aparición de Marion Jones. Con su ascenso, los records volvieron a ser susceptibles de ser batidos, las marcas deportivas invirtieron, las televisiones se volcaron, los sponsors se lanzaron y, en último lugar y a la sombra, los laboratorios buscaron. Quizás sea el trabajo de los laboratorios una pieza inseparable del deporte de élite, igual que lo es la investigación de nuevos materiales deportivos o tartanes como el de Pekín que barrían en un porcentaje mínimo las fricciones en las curvas. Son esos porcentajes los que traen records del mundo y hacen más apetitoso el deporte de alta competición. Y esos porcentajes los buscan las marcas deportivas, los centros de alto rendimiento y de investigación, las empresas de suplementos nutricionales, los equipos médicos, los laboratorios… El deportista genera riqueza verticalmente de por sí. Es por ello que habría que hacer una distinción entre amateurs –donde está el romanticismo puro y ¡vaya por Dios!, a pocos interesa– y el deporte profesional de élite, donde se juegan la Gloria. ¿Trampas? No lo veo así...

Es muy sencillo, como ya he señalado: sin sponsors y televisión no hay investigación y desarrollo deportivo y, por tanto, records mundiales. Y mucho menos riqueza repartida a lo ancho del espectro deportivo, que como en cualquier otro terreno, es el incentivo más justo y equitativo a la hora de hacernos pelear. No olvidemos que, puestos a rozar las paredes de otras manifestaciones, la Escuela Flamenca de los Países Bajos gozó de mayor fertilidad en el siglo XVII, cuando era el centro comercial del mundo y, por tanto, se movía el percal –por ejemplificar– Es el dinero el mayor y más sano incentivo para alimentar cualquier tipo de creación y expresión, incluida la deportiva. Miguel Ángel no habría producido sin el mecenazgo de los Médici de igual que Marion Jones no nos habría deleitado sin el padrinazgo de Nike. Puras simetrías.

Personalmente pienso que al margen de todo el edulcorante y romanticismo que le queramos añadir, a los que nos apasiona el deporte nos toca forjarnos la convicción de querer una élite deportiva que siempre ha sido y será rapaz de alto vuelo y querrá records a cualquier precio –igual que nosotros contemplarlos– o una meseta deportiva donde pocos destacarían y convertirían el deporte en un nicho cerrado a unos pocos aficionados puristas. Baste contemplar las competiciones nacionales de atletismo...Todos los que hemos tocado el deporte hemos soñado con las estrellas de ESPN y no con las de La 2.

Quizás sean las sustancias prohidas la pieza que falta para montar con todas las de la Ley el magnífico espectáculo del deporte.

TINTÍN dijo...

Aunque no soy deportista ni me gusta mucho el deporte televisado, sí soy aficionado a la náutica. Es un deporte al que la esponsorización llegó relativamente tarde (antes era el mecenazgo), lo cierto es que eso ha acercado la vela a la televisión y así podemos disfrutarla más a menudo, pero en los aspectos deportivos ha traído cambios no siempre positivos.

A mí, personalmente, no me aporta nada si se hacen singladuras de 500 millas en vez de las 200 de hace 30 años, o si se da la vuelta al mundo en 60 días en vez de en 100. El mero hecho de la profesionalización, sponsorización, buscarecorrds es quien ha puesto las nuevas normas y los nuevos límites. Pero lo viejos tampoco estaban mal en otro contexto diferente y cuando era lo que había.

Lo que es cierto es que la esponsorización y la búsqueda de récords puede terminar siendo un lastre para el deporte. En náutica tenemos a niñas de 14-16 años con el barco lleno de pegatinas jugándose el tipo dadno la vuelta al mundo por un récord estúpido. ¿Eso es un aliciente deportivo o hará que mucha gente se aparte de este deporte? Igual en la Copa América: ¿es romanticismo esperar que una competición de vela no incluya motores como la F1? Quizá es más vistoso para enganchar a un espectador medio, pero te aseguro que a un aficionado se le cae el alma a los pies.

A mi me parece triste cuando el deportista prefiere que compren su gorra 1000 telespectadores que animar a 1 a que vaya a desearle suerte al muelle. No se si me explico.

doblesobresencillo dijo...

TINTIN:

Creo que entiendo lo que tratas de decir. En mi caso, reconozco que no me gusta la Fórmula 1, ni las motos, ni la náutica. No me gustan los deportes en los que un ser humano se hace indisoluble de una máquina, salvo el caso del ciclismo.

Eso que comentas acerca de que lo viejo no terminaba de estar mal, puede ser cierto. O no. Quizás a todos nos gustara ver a un zapatero solapando pedazos de cuero en el taller de tres calles más allá en el pueblo, pero los tiempos corren y barren de norte a sur, de este a oeste. Ahora, con la industrialización masiva, encontramos productos de igual o mayor calidad si así lo deseamos, igual que más variedad. Claro que lo otro tampoco estaba tan mal. Todo eso es extensible al deporte, pues a fin de cuentas el deporte se ha capitalizado en base a resultados. Nadie obliga a esos 1000 seguidores de Kobe Bryant a comprar sus gorras. No ha levantado esa suerte de nueva religión en base a pura publicidad. Sencillamente es el mejor. Y es por ello que la gente lo idolatra. ¡Qué más quisiera la competencia encontrar a su bestia negra! Por ello ojeadores recorren el mundo a pie de pista, buscando el próximo Bryant, el próximo Bekele, el siguiente Bolt o Jones… Y todos ganamos desde el momento que una de esas estrellas irrumpe en el circuito mediático.

En el caso concreto del atletismo –lo conozco mejor– déjame decirte que no da lo mismo hacer los 100 metros lisos en 10.20 que en 9.90. El inmovilismo no cabe en el deporte de élite. Es más, existen lapsos de tiempo en los que la lluvia de cometas se vuelve un auténtico marasmo. Son esos impases muertos los que hacen que cierto deporte caiga en un coma temporal. Ocurrió con la velocidad tras los escándalos del HSI y el equipo de Trevor Graham. Una generación se pierde y hay que atar a la siguiente con una maroma que traiga idénticos o mejores resultados. Si no…que Dios coja confesados a organizadores, sponsors y aficionados.

En lo referente a las jóvenes de 14-16 años, me parece algo tramposo mezclarlas aquí para menoscabar la explotación del deporte de alta competición. A nadie le gusta ver a esa misma joven de 14 años trabajando sin descanso doce horas en un bar. No hagamos un gazpacho con lechugas. Lo que sí puedo asegurarte –lo he vivido y lo sigo viviendo– es que a un aficionado no se le cae el alma a los pies al ver cómo el deporte que ama crece en base a resultados, nuevos talentos, afición... Los niños de mi generación soñaban con Michael Johnson, no con David Canal, los fondistas se extasiaban con Gebre y Bekele, de igual que las jóvenes velocistas soñaban con tener la fama y resultados de Marion Jones y no los de Christine Arron

No obstante, nos hemos colado en el corral de al lado. El tema central era el dopaje y no el capitalismo en el deporte, lo cual creo que no cabe poner en duda que hace más bien que mal, como en cualquier otra parcela de la vida. Algo tendrá el agua cuando la bendicen: los resultados deportivos crecen conforme más se explota económicamente un deporte. ¿No crees?

Un saludo

TINTÍN dijo...

Pues te doy la razón en que el "capitalismo" (palabra inventada por Marx, luego la cojo con pinzas) es bueno para el deporte, como para todo en general. Si nos hemos desviado quizá porque yo no conozco mucho el tema del dopaje. Me ha gustado tu punto de vista pero me faltan conocimientos para tener una opinión propia bien formada al respecto.

Saludos

doblesobresencillo dijo...

Gracias por tu comentario. Al menos estamos de acuerdo respecto al capitalismo en el deporte.

Por lo demás...¡Ay, si Huerta de Soto y demás liberales te vieran coger con pinzas el término capitalismo, amigo! Te lo recomiendo:

http://www.youtube.com/watch?v=323hASobGh0

Un saludo.

Natalia Pastor dijo...

Estoy de acuerdo contigo, pero lo que resulta sangrante es oir a tanto indigente intelectual y cantamañanas toda esta milonga de la limpieza en el deporte, cuando es obvio que en la élite el doping y las sutancias que aumentan el rendimiento,son el pan nuestro de cada día.
Como reconoció el jefe de la Agencia Antidopaje francesa cuando "L`Equipe" acusó a Armstrong de haberse dopado con EPO, el sistema para burlar los controles y la aparición de nuevas sustancias hace que siempre el doping vaya un paso por delante de los controles.

¿Qué queremos marcas,records,grandes gestas un día sí y otro también, patrocinadores satisfechos y grandes eventos?.Pues habrá que quitarse definitivamente la careta y reconocer de una vez por todas que los deportistas de élite - de una u otra manera- se dopan.

Lo contrario es una pantomima cruel y un cinismo irritante.

Jacinto Segura dijo...

El deporte desde hace mucho tiempo ha dejado de ser deporte y se ha convertido en un negocio y por eso los “deportistas” hacen trampa de continuo, esta claro que no se puede generalizar pero que hay muchos tramposos eso es cierto.

http://verdadescontramentiras.blogspot.com/

doblesobresencillo dijo...

A NATALIA:

Ahí descansa el fondo de la cuestión. Esto no es más que el eterno juego del ratón y el gato, los laboratorios le ganan la partida a las agencias antidopaje de igual que los "narcos" se la seguirán ganando a la DEA. En un bando existe el incentivo económico y en el otro una suerte de ética de caracol. Los unos, en base a resultados, se las ingeniarán para no ser descubiertos; los otros, en base a objetivos, irán a rebufo de los laboratorios. ¿Quiénes tienen las lanchas más potentes y veloces? ¿Los guardacostas o los que tienen que pelear por meter la droga por el embudo? Obviamente quien se juega los cuartos. Sea extensible el ejemplo al mundo de los alquimistas del deporte. Pero claro, los burócratas del COI han de quedar como Santos Varones de cara a la galería lustrando sus virtudes papales a fin de no sembrar la semilla de la discrodia y hacer tambalear sus baldaquinos. Como bien dices, es sangrante. ¡Menuda ética que destilan cuando les exigen una pureza seráfica a los deportistas!

Lo cómico es que, tras cazar a un pobre ratón, se las gastan como Manolete cortando dos orejas. Mientas tanto, el resto de ratones ni se molestará en conjurarse por colgarle el cascabel al gato. El pobre es tan lento...

A JACINTO:

...y larga vida al negocio en el deporte.