martes, 20 de febrero de 2007

PONGAMOS POR CASO...


Pongamos el caso –nada ilógico– de que yo, comerciante de toda la vida al igual que mis padres, mis abuelos y todo un sinfín de generaciones anteriores, me dedico a vender frutas y hortalizas que yo mismo me encargo de sembrar, cosechar, mimar, recolectar y, finalmente, vender a mis vecinos. Como tengo un puesto pequeñito en mitad de la calle principal del pueblo, no me permito ofertas especiales ni nada por el estilo. Vamos, que casi vendo al ojo. La confianza da ese buen aire. Un día cualquiera, el alcalde, habiendo vivido, al igual que yo, todas y cada una de las disputas que su familia y la mía han tenido desde años atrás, decide que ha llegado el momento del desquite, por lo que propone a la Consejería de Comercio y Trabajo un nuevo proyecto que ponga fin a estas arcaicas costumbres comerciales. Finalmente, se aprueba una nueva Ley con la que me obligan a vender por unidades, algo insólito y absurdo. Este nuevo proyecto sólo me acarreará pérdidas, por lo que necesito darle una vuelta de tuerca a mi favor. Por ello, me saco de la manga una serie de valores añadidos en compensación al trabajo que he de realizar hasta que el producto llega al consumidor, pues no me puedo permitir perder dinero. El pueblo no lo tolera y se crea una cruzada contra mi pequeño negocio. Yo, bienquisto hasta entonces por mi nobleza y mi capacidad para el diálogo, intento con más pena que gloria hacerles ver a mis vecinos que lo último que querría sería estafarles, ya que realmente siento una vinculación meliflua con ellos, más allá de lo profesional, y que, precisamente por eso, tiene que existir una razón de peso que me obligue a ajustar las cuentas. ¡No quiero engañarles! Les explico una y otra vez el trabajo que realizo antes de que las papas y los pimientos caigan en sus manos, y también les hablo de mis cinco arrapiezos, queridos hasta entonces por todo el pueblo. Pero la obstinación que muestran no deja espacio de maniobra al razonamiento. Ahora todo son miradas desafiantes y aviesas. Las ventas descienden a un ritmo vertiginoso. No puedo hacer nada más; no puedo bajarme de la mula, pues ceder sería casi regalar. Tan sólo trato de hacer justicia al intrusismo opresivo de los legisladores. ¿Por qué disparan contra mí y no contra ese inverecundo alcalde que por viejos rencores me ha metido en este embrollo? Nadie me comprende…

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