Albert Einstein, socialista convencido y cipayo de los números, dijo que lo más difícil de entender en este mundo es el impuesto sobre la renta. De ahí que toquen las campanas a rebato cada vez que alguien nos canta las verdades del barquero -quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro- respecto a lo injusto de la progresividad en el impuesto sobre la renta de las personas. Y de ahí, también, el riesgo de caer en el muladar de los apestados en el caso de tratarse de un personaje público quien vierta las críticas sobre el mismo. Sin embargo, ocurre que en contadas ocasiones las ideas dinamitan los autos de fe. Y es que la verdadera grandeza del ser no está en vencer, sino en convencer. Una lección que alguien aprendería con aplicación de cartujano allá por los años ochenta en ese gran país que son los Estados Unidos de América: Ronald Wilson Reagan.
Reagan, un viejo actor desencantado con el Partido Demócrata que un buen día daría el golpe de timón hasta convertirse en Gobernador de California por el Partido Republicano, sería el encargado no sólo de vencer, sino además, de convencer en medio del cenagal de la pugna ideológica. Y así, como un mulo percherón con las alforjas repletas de ideas, ganaría las elecciones presidenciales en 1980 a un pobre y desangelado Jimmy Carter, con Milton Friedman como turiferario venteando los inciensos de la Escuela de Chicago.
Ya apoltronado en la Casa Blanca, convirtió el Despacho Oval en una suerte de Monte de los Olivos desde el que predicar su apuesta más arriesgada: el Reaganomics. Es decir, explicar a suyos y ajenos cómo reducir una inflación y déficit estratosféricos a base de reducir impuestos y recortar la administración, deshaciendo así el nudo borroneo de la crisis económica de un país a media luz.
Y así, con la credencial del pueblo norteamericano en la mano, puso en movimiento los resortes de la Ley Fiscal de Recuperación Económica, con la cual se reducirían todos los impuestos con vistas no sólo a oxigenar los pulmones de los ciudadanos sino, además, recaudar más con menos tributaciones individuales. La vieja idea de que bajando impuestos aumentaría la recaudación del fisco la expuso gráficamente el economista Arthur Laffer -sobre una servilleta de papel mientras se lo explicaba en un bar a sus colegas- y desde entonces se le conoce popularmente como la curva de Laffer. De ella se sustrae que existe un tope impositivo máximo que los ciudadanos están dispuestos a tolerar y a partir del cual, una vez superado, se opta por la evasión, las trampas, la economía sumergida, el ocio o, incluso, el latrocinio. Es decir, que se recaudaría lo mismo con un gravamen del 100% que del 0%: nada. Según la teoría del economista norteamericano, si los impuestos bajan desde niveles muy elevados, la inversión, el empleo y el consumo aumentarán, y el Estado recaudará más, al mismo tiempo que aumenta la renta disponible de los ciudadanos.
Así fue cómo la teoría de Laffer -quien además era miembro destacado del Consejo de Asesores Económicos del Presidente- se convertiría en el ariete de la política fiscal de Reagan. La tasa tope a las rentas más altas pasó del 70% al 28%, y del 37% al 15% para las medias, la base impositiva se amplió y muchas formas de evasión fueron eliminadas. Y los resultados no tardaron en llegar. La recaudación fiscal aumentó en más de un 50%, creciendo la economía doméstica como los lirios en primavera. Tan es así que se le llamó economía "punk" a este nuevo modelo por el cual la supuesta reducción por ingresos fiscales generada por los recortes impositivos acabó compensada por los ingresos fiscales más elevados generados con el crecimiento económico. ¿Milagros? Nada. Ciencia económica y Libertad.
Con la misma fuerza le zurraría la badana a la crisis Margaret Thatcher, al socaire del inmenso Keith Joseph, al igual que las revoluciones liberales de los Václav -Havel y Klaus- en la República Checa o Balcerowicz en Polonia. Y una vuelta de tuerca aún mayor que daría el Primer Ministro de Estonia, Mart Laar, epígono de la Escuela Austriaca, como padrino del llamado 'flat tax', un impuesto plano y uniforme. Un tipo de impuesto que gravaría de igual a toda clase de contribuyentes, ya fueran empresas o personas morales, o las personas físicas, con el fin de evitar los malabarismos fiscales y la posibilidad de cambiar de régimen según convenga. La lección de Estonia puso de manifiesto que unos impuestos únicos, bajos y fáciles de pagar desincentivan la evasión fiscal y contribuyen a una mayor recaudación, al verse ampliada la base impositiva. Sin olvidar el ahorro económico que le supone tanto al Estado como al contribuyente. Lejos quedarían los onerosos costes de asesoría tributaria, auditorías, libros de control, etc. Y lejos quedarían, además, los cientos de tomos de derecho tributario destinados a hacer del trámite fiscal un auténtico corredor de las Termópilas.
Ocurre, sin embargo, que la política es el noble arte de ir dejando asignaturas para Septiembre y olvidar lo ya aprendido. Es decir, ese empeño casi místico por ir de Guatemala a Guatepeor, o, dicho de forma más castiza: de pasar del fuego a la sartén. Y así, por la Gracia de Dios, llegó Dios mismo, como sardónicamente le refiriera el bueno de Churchill a Cripps. El 20-N, Mariano Rajoy arrasaba en las elecciones generales con un programa electoral trufado de medidas económicas acertadas y bien dirigidas. Hasta que, una vez ganadas, sacó a relucir el puñal de Bruto. Lo que se nos vendió como una suerte de Santísima Trinidad de la economía -Rajoy, Montoro y Guindos- no ha resultado ser más que un Triunvirato de zelotes traidores. Amurallados tras el pretexto del déficit del 8% en lugar del 6%, asestaron la mayor puñalada de la historia de la democracia española en cuanto a subida de impuestos se refiere. Que el agujero resultara ser de unos 20.000 millones más de los previstos por la estadística oficial ni quita ni añade a lo que ya todos sabían. No es casual que desde Funcas a Freemarket, pasando por las agencias de rating, ya avisaran de que los huevos de la serpiente estaban más que incubados. Es decir, que el equipo de Rajoy, en un ejercicio de hipocresía de la más baja estofa, optó por la mentira más zafia -esa viga que tan bien vieron en Zapatero- presentando un programa electoral que negaba una futura subida impositiva; porque, como bien dijo el Presidente en el debate con Rubalcaba, las subidas de impuestos limitan la recaudación y los incentivos al consumo. Pero nada más fácil y barato en esta pobre España que la mentira y la traición a los suyos -Enrique Tierno Galván dijo que los programas estaban para no cumplirlos- Lo cierto es que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. El partido del cambio no será más que aquello que ha defendido desde su refundación en el Congreso de Sevilla: centro reformismo. Nada de Liberalismo, ni siquiera conservadurismo.
Y es que las raíces del Partido Popular hay buscarlas más bien en la centro-derecha democristiana que los movimientos más libertarios. Es decir: izquierda en lo económico -aun siendo una suerte de 'tercera vía'- y derecha en lo social. Y nada más democristiano que la fiscalidad progresiva, por la que cada cual aporta de acuerdo a sus "posibilidades". Lo que viene a ser una defensa de la Doctrina Social de la Iglesia. De ahí que nada sea más lanar y maleable en el espectro político que el votante del PP, pues a fin de cuentas se trata de un partido bulímico ideológicamente hablando. Y de ahí el silencio cómplice del votante que otrora acribillara al Gobierno socialista, cuando esta nueva reforma fiscal, tal como defendiera incluso la propia SSS, es puro socialismo -con Zp se produjo una rebaja media del 6%-. Sin ir más lejos, la subida de impuestos ha ido más allá en su progresividad que la defendida por Izquierda Unida en su programa.
El colmo de la perversidad se halla en el hecho mismo de vendernos una mentira al completo como una verdad a medias y necesaria. Palabras como esfuerzo y solidaridad, suenan a broma macabra cuando, además, lo dejan macerando en la salmuera de una supuesta temporalidad. Resulta bastante improbable que un Gobierno renuncie al hueso una vez mordido. Bajo el paraguas de la temporalidad se esconden medidas macabras como la "moratoria nuclear", por la cual los españoles siguen compensando a las compañías eléctricas.
Lo cierto es que, lejos de hacer el bien, puede que acaben redoblando el mal. El propio Nobel Krugman -poco sospechoso de liberal- afirmó que el sistema progresivo supone un freno o limitación a la hora de realizar un esfuerzo por progresar económicamente. Desde hoy, en España, el fraude fiscal, así como la economía sumergida, parece más un acto de legítima defensa que un delito. Todo lo que sea acercarse a las tasas del 50%, además de inmoral, entra en el terreno de la inconstitucionalidad, pues son consideradas confiscatorias por el TC. Por tanto, el PP se dispone a pasearse con los pies desnudos por el filo de la navaja aun a riesgo de producir su propia sangría. Estará por ver cuántos huevos habrá en el gallinero cuando llegue el granjero a contabilizarlos. Lo cierto es parece poco menos que improbable que el Gobierno recaude esos 6200 millones previstos. Mecanismos y ardites existen más que de sobra para no tributar a través del IRPF para aquellos que más tienen. Es más, aquellos que pudieran creer en la redistribución y aportaran al sistema fiscal a pies juntillas y con buena fe, puede que opten por bordear la legalidad o poner su dinero a buen recaudo con los tantos mecanismos existentes para evadir la dentellada fiscal.
Como escribiera el ya fallecido Revel, «la primera fuerza que dirige el mundo es la mentira». Una mentira política escenificada por Bush padre con aquel famoso «read my lips: no more taxes» y con el cual se hizo su propio harakiri político. El nuevo ejecutivo ha optado por subirse al tren de los mentirosos. Ha vendido a los votantes por treinta denarios. Y con la bolsa llena, pronto asomará la sica. No obstante, lo que ha quedado como un hecho probado es que el Gobierno de Rajoy ha perdido la más leve sombra de credibilidad cuando aún amanecía. Olvidan que la mentira te puede llevar muy lejos, pero nunca te hará volver atrás. Ya pueden ir aprendiendo la lección. Roma no paga a traidores.
Reagan, un viejo actor desencantado con el Partido Demócrata que un buen día daría el golpe de timón hasta convertirse en Gobernador de California por el Partido Republicano, sería el encargado no sólo de vencer, sino además, de convencer en medio del cenagal de la pugna ideológica. Y así, como un mulo percherón con las alforjas repletas de ideas, ganaría las elecciones presidenciales en 1980 a un pobre y desangelado Jimmy Carter, con Milton Friedman como turiferario venteando los inciensos de la Escuela de Chicago.
Ya apoltronado en la Casa Blanca, convirtió el Despacho Oval en una suerte de Monte de los Olivos desde el que predicar su apuesta más arriesgada: el Reaganomics. Es decir, explicar a suyos y ajenos cómo reducir una inflación y déficit estratosféricos a base de reducir impuestos y recortar la administración, deshaciendo así el nudo borroneo de la crisis económica de un país a media luz.
Y así, con la credencial del pueblo norteamericano en la mano, puso en movimiento los resortes de la Ley Fiscal de Recuperación Económica, con la cual se reducirían todos los impuestos con vistas no sólo a oxigenar los pulmones de los ciudadanos sino, además, recaudar más con menos tributaciones individuales. La vieja idea de que bajando impuestos aumentaría la recaudación del fisco la expuso gráficamente el economista Arthur Laffer -sobre una servilleta de papel mientras se lo explicaba en un bar a sus colegas- y desde entonces se le conoce popularmente como la curva de Laffer. De ella se sustrae que existe un tope impositivo máximo que los ciudadanos están dispuestos a tolerar y a partir del cual, una vez superado, se opta por la evasión, las trampas, la economía sumergida, el ocio o, incluso, el latrocinio. Es decir, que se recaudaría lo mismo con un gravamen del 100% que del 0%: nada. Según la teoría del economista norteamericano, si los impuestos bajan desde niveles muy elevados, la inversión, el empleo y el consumo aumentarán, y el Estado recaudará más, al mismo tiempo que aumenta la renta disponible de los ciudadanos.
Así fue cómo la teoría de Laffer -quien además era miembro destacado del Consejo de Asesores Económicos del Presidente- se convertiría en el ariete de la política fiscal de Reagan. La tasa tope a las rentas más altas pasó del 70% al 28%, y del 37% al 15% para las medias, la base impositiva se amplió y muchas formas de evasión fueron eliminadas. Y los resultados no tardaron en llegar. La recaudación fiscal aumentó en más de un 50%, creciendo la economía doméstica como los lirios en primavera. Tan es así que se le llamó economía "punk" a este nuevo modelo por el cual la supuesta reducción por ingresos fiscales generada por los recortes impositivos acabó compensada por los ingresos fiscales más elevados generados con el crecimiento económico. ¿Milagros? Nada. Ciencia económica y Libertad.
Con la misma fuerza le zurraría la badana a la crisis Margaret Thatcher, al socaire del inmenso Keith Joseph, al igual que las revoluciones liberales de los Václav -Havel y Klaus- en la República Checa o Balcerowicz en Polonia. Y una vuelta de tuerca aún mayor que daría el Primer Ministro de Estonia, Mart Laar, epígono de la Escuela Austriaca, como padrino del llamado 'flat tax', un impuesto plano y uniforme. Un tipo de impuesto que gravaría de igual a toda clase de contribuyentes, ya fueran empresas o personas morales, o las personas físicas, con el fin de evitar los malabarismos fiscales y la posibilidad de cambiar de régimen según convenga. La lección de Estonia puso de manifiesto que unos impuestos únicos, bajos y fáciles de pagar desincentivan la evasión fiscal y contribuyen a una mayor recaudación, al verse ampliada la base impositiva. Sin olvidar el ahorro económico que le supone tanto al Estado como al contribuyente. Lejos quedarían los onerosos costes de asesoría tributaria, auditorías, libros de control, etc. Y lejos quedarían, además, los cientos de tomos de derecho tributario destinados a hacer del trámite fiscal un auténtico corredor de las Termópilas.
Ocurre, sin embargo, que la política es el noble arte de ir dejando asignaturas para Septiembre y olvidar lo ya aprendido. Es decir, ese empeño casi místico por ir de Guatemala a Guatepeor, o, dicho de forma más castiza: de pasar del fuego a la sartén. Y así, por la Gracia de Dios, llegó Dios mismo, como sardónicamente le refiriera el bueno de Churchill a Cripps. El 20-N, Mariano Rajoy arrasaba en las elecciones generales con un programa electoral trufado de medidas económicas acertadas y bien dirigidas. Hasta que, una vez ganadas, sacó a relucir el puñal de Bruto. Lo que se nos vendió como una suerte de Santísima Trinidad de la economía -Rajoy, Montoro y Guindos- no ha resultado ser más que un Triunvirato de zelotes traidores. Amurallados tras el pretexto del déficit del 8% en lugar del 6%, asestaron la mayor puñalada de la historia de la democracia española en cuanto a subida de impuestos se refiere. Que el agujero resultara ser de unos 20.000 millones más de los previstos por la estadística oficial ni quita ni añade a lo que ya todos sabían. No es casual que desde Funcas a Freemarket, pasando por las agencias de rating, ya avisaran de que los huevos de la serpiente estaban más que incubados. Es decir, que el equipo de Rajoy, en un ejercicio de hipocresía de la más baja estofa, optó por la mentira más zafia -esa viga que tan bien vieron en Zapatero- presentando un programa electoral que negaba una futura subida impositiva; porque, como bien dijo el Presidente en el debate con Rubalcaba, las subidas de impuestos limitan la recaudación y los incentivos al consumo. Pero nada más fácil y barato en esta pobre España que la mentira y la traición a los suyos -Enrique Tierno Galván dijo que los programas estaban para no cumplirlos- Lo cierto es que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. El partido del cambio no será más que aquello que ha defendido desde su refundación en el Congreso de Sevilla: centro reformismo. Nada de Liberalismo, ni siquiera conservadurismo.
Y es que las raíces del Partido Popular hay buscarlas más bien en la centro-derecha democristiana que los movimientos más libertarios. Es decir: izquierda en lo económico -aun siendo una suerte de 'tercera vía'- y derecha en lo social. Y nada más democristiano que la fiscalidad progresiva, por la que cada cual aporta de acuerdo a sus "posibilidades". Lo que viene a ser una defensa de la Doctrina Social de la Iglesia. De ahí que nada sea más lanar y maleable en el espectro político que el votante del PP, pues a fin de cuentas se trata de un partido bulímico ideológicamente hablando. Y de ahí el silencio cómplice del votante que otrora acribillara al Gobierno socialista, cuando esta nueva reforma fiscal, tal como defendiera incluso la propia SSS, es puro socialismo -con Zp se produjo una rebaja media del 6%-. Sin ir más lejos, la subida de impuestos ha ido más allá en su progresividad que la defendida por Izquierda Unida en su programa.
El colmo de la perversidad se halla en el hecho mismo de vendernos una mentira al completo como una verdad a medias y necesaria. Palabras como esfuerzo y solidaridad, suenan a broma macabra cuando, además, lo dejan macerando en la salmuera de una supuesta temporalidad. Resulta bastante improbable que un Gobierno renuncie al hueso una vez mordido. Bajo el paraguas de la temporalidad se esconden medidas macabras como la "moratoria nuclear", por la cual los españoles siguen compensando a las compañías eléctricas.
Lo cierto es que, lejos de hacer el bien, puede que acaben redoblando el mal. El propio Nobel Krugman -poco sospechoso de liberal- afirmó que el sistema progresivo supone un freno o limitación a la hora de realizar un esfuerzo por progresar económicamente. Desde hoy, en España, el fraude fiscal, así como la economía sumergida, parece más un acto de legítima defensa que un delito. Todo lo que sea acercarse a las tasas del 50%, además de inmoral, entra en el terreno de la inconstitucionalidad, pues son consideradas confiscatorias por el TC. Por tanto, el PP se dispone a pasearse con los pies desnudos por el filo de la navaja aun a riesgo de producir su propia sangría. Estará por ver cuántos huevos habrá en el gallinero cuando llegue el granjero a contabilizarlos. Lo cierto es parece poco menos que improbable que el Gobierno recaude esos 6200 millones previstos. Mecanismos y ardites existen más que de sobra para no tributar a través del IRPF para aquellos que más tienen. Es más, aquellos que pudieran creer en la redistribución y aportaran al sistema fiscal a pies juntillas y con buena fe, puede que opten por bordear la legalidad o poner su dinero a buen recaudo con los tantos mecanismos existentes para evadir la dentellada fiscal.
Como escribiera el ya fallecido Revel, «la primera fuerza que dirige el mundo es la mentira». Una mentira política escenificada por Bush padre con aquel famoso «read my lips: no more taxes» y con el cual se hizo su propio harakiri político. El nuevo ejecutivo ha optado por subirse al tren de los mentirosos. Ha vendido a los votantes por treinta denarios. Y con la bolsa llena, pronto asomará la sica. No obstante, lo que ha quedado como un hecho probado es que el Gobierno de Rajoy ha perdido la más leve sombra de credibilidad cuando aún amanecía. Olvidan que la mentira te puede llevar muy lejos, pero nunca te hará volver atrás. Ya pueden ir aprendiendo la lección. Roma no paga a traidores.
4 comentarios:
Magnífica entrada. Gracias por decir lo que muchos pensamos y no sabemos expresar. Personifico en mi la moraleja "Roma no paga a traidores" y espero que, si todavía queda algo aprovechable en este país, muchos hagan lo mismo.
Muchísimas gracias a ti por tu comentario. Bienvenido al club de los desencantados. Me alegra ver que aún queda gente comprometida con la libertad. Un saludo
Totalmente de acuerdo salvo en una cosa. "El votante del pp es completamente lanar por la bulimia política" o algo así dice usted. Yo vote al pp, pero para que compruebe que al menos no todos los votantes somos tan lanares como quizás si lo sean los "militantes" del pp, puede ver las entradas de mi blog desde que se promulgo el impuestazo. Escribe usted muy bien.
Saluditos.
Dije -y así lo mantengo- que el PP es un partido bulímico ideológicamente hablando. Todo lo que parece tomar lo acaba regurgitando. A eso contribuye, y mucho, el eterno complejo de esta derecha nuestra a ser identificada con la "derechona carpetovetónica heredera del franquismo". Algo ya encostrado y difícil de limar. De ahí que el PP huya tanto del socialismo como del liberalismo. A la izquierda española no le ha podido salir mejor la estrategia de introducir en el inconsciente colectivo ese miedo al hombre del saco, encarnado en el Partido Popular y un "Neoliberalismo" -vengo de los olmos y traigo peras- al que, como ya he dicho y hemos visto, ni travestido se le parece.
Respecto al votante, hay mucho monaguillo en la parroquia del PP siguiendo a pies juntillas. Me alegra sobremanera que no sea su caso. El artículo de LD con el que ilustra su entrada lo sostiene no sólo cualquier liberal, sino el sentido común. Tocar solamente el capítulo de ingresos y no el de gastos es tanto como obstinarse en tapar las vías de entrada del buque herido sin poner a funcionar las bombas de achique. Absurdo.
Por lo demás, muchas gracias por su comentario.
Un saludo.
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