"No quiero prohibir al gobierno que haga nada, excepto impedir que los demás hagan algo que podrían hacer mejor que él". Friedrich A. Hayek
lunes, 19 de febrero de 2007
EL FANTASMA HELLÉQUIN
El derribo que está ejerciendo Zapatero sobre la Constitución y, por tanto, sobre España, recuerda a la cacería fantástica emprendida –según la leyenda- cada noche por el fantasmal Helléquin, seguido siempre por su macabra comitiva de muertos, que ponían en fuga a los campesinos atravesando como un vendaval los caminos, cruzando bosques y aldeas, para llegar hasta la orilla del mar y hundirse entre las brumas hasta alcanzar, bajo las aguas, las mismísimas puertas del averno.
Del mismo modo, nuestro Helléquin autóctono actúa de igual para llevarnos así al huerto de sus intereses gracias a su feraz y ubérrimo ingenio, sin escatimar en daños políticos y falsías.
Nuestro Presidente “rojo, feminista y universal” –adjetivos reproducidos todos ellos por su aparato fonador– parece no querer poner los pies en polvorosa y sí seguir con sus laberintos de sueños infantiloides. Ya saben: tolerancia, diálogo, talante, memoria y respeto, excepto –claro está– con aquellos que no comulguen con sus ideas. ¡Pues lo de siempre!. ¿Es ese el talante de aquel que, inasequible al desaliento, busca la fraternidad mundial al arrobo de su indigesta Alianza de Civilizaciones mientras siembra la discordia en su propio hogar? ¿Es ese el respeto y el diálogo de aquel que se bebe los vientos desde el estrado ufanándose de hablar en nombre de la Verdad al tiempo que embrolla el sentido de la Historia? ¿Es esa la tolerancia por la que aboga aquel que confiesa que su mayor deseo cuando se retire es "dar algunas clases a los alumnos de Políticas, para decirles la verdad sobre este mundo" (sic) sin otorgar espacio de maniobra al diálogo? En resumidas cuentas: reflejo inalterable de ideas que van desde Lenin, hasta Hitler, pasando por Fidel Castro o Hugo Chávez.
Cabe ilustrar todo este despendole político con su empeño por jugar a la pídola con una Guerra Civil tan deformada y prosaica que sólo a sus deslumbrados adláteres convence. Así, para este Consejo de Guerra en el que se ha convertido el PSOE, desmochar la Guerra Civil es indisoluble en su programa de desgaste. Sus sucias tácticas de acoso y derribo demuestran que la España de Caín y Abel sigue respirando por sí misma, sin ayuda de bombas de oxígeno ni broncodilatadores, y que los años de posguerra hacen escala hasta nuestros días; aún rezuman odio y venganza todos y cada uno de los poros de la izquierda en su delirio guerracivilista de equiparar una derecha actual –que para más pecado, ni es derecha- al franquismo.
Zapatero apura a resolver con diligencia una deuda que –según él, sólo él- considera de obligación supina para que, por fin, España pueda descansar en paz y olvidar los desmanes que el franquismo nos dejó como legado hasta esquilmar nuestras vidas. Nada que ver, claro está, con la II República y sus valores, los cuales urgen rescatar para realizarles una terapia de choque, acomodarlos, darles cuerda y que comiencen a caminar de nuevo por nuestras tierras, cual miliciano en el 36 con fusil y gorro cuartelero. Esa es la idea de España –la de la II República- con la que tenemos que comulgar quienes preferimos la equidad, la tolerancia y la Amnistía. Pero para Zapatero, no debemos transigir ni siquiera con la dichosa Transición, pues no casa con su idea de España, una idea que –como dijo Calvo Sotelo- no puede hallar desde la propia constitucionalidad y que, por tanto, debe buscar en los años treinta. Venganza, venganza y más venganza. Pero no nos echemos las manos a la cabeza, pues perfectamente sabemos que Zapatero reconoció públicamente y a viva voz que los españoles que vivieron entre el 39 y el 75 eran “apátridas”. Apátridas a los que obligaron sublevarse contra los horrores republicanos; apátridas que tuvieron el valor de no arrodillarse ante la Unión Soviética, cansados de verse dilapidados por las mercedes y saqueos a la Banca en nombre del comunismo; apátridas que convirtieron a España en el décimo país más rico del mundo al socaire de un Francisco Franco que hizo las veces de rampa de despegue a una Transición que parasitó los restos de la Dictadura; apátridas que creyeron –sí, creyeron- en un sistema democrático.
Obviamente, los horrores fueron horrores y lo inadmisible, inadmisible es; pero para ambos bandos. Repito: am-bos. Nada tiene que ver esto con las palabras del Seretario General del Partido Comunista de España, Francisco Frutos, quien dijo que “no todos los muertos son iguales”. Mire usted que bien. Esa es la corrección y la superioridad moral de las escarlatinas.
A diferencia del haragán comunista Frutos, el historiador Hugh Thomas escribía: "Lo que se necesita ahora por encima de todo es un auténtico monumento en memoria de los caídos en la Guerra Civil. Deberían recordarnos el Yad Vashem de Jerusalén, un monumento sencillo y emotivo en honor a los que murieron en el holocausto de los años cuarenta. Los nombres deberán estar grabados en piedra, por orden alfabético. Deberían incluir a los que fueron muertos en Guernica, y a aquellos de Paracuellos. Deberían figurar asimismo los nombres de los clérigos asesinados junto a los de los masones, José Antonio junto a Companys" Esa es la manera de tratar democráticamente el problema de la Guerra Civil, y no la imposición de media España a otra media España, colocándose medallas a toro pasado. Lógico, ¿verdad?
Aunque parezca una broma de mal gusto, queda en evidencia que todavía existe un grueso de la población que pondría su vida en juego por un nuevo intento de formalización de la dictadura del proletariado. Lejos de eso, se conforman con rescatar los valores de la II República, unos valores impuestos ilegítimamente y a golpe de martillo. Tal como hoy, nada más lejos de la realidad. ¿Acaso el laicismo radical de Zapatero no es otra cosa que recoger el de la II República?(rezaba así):
"Las manifestaciones públicas de culto habrán de ser, en todo caso, autorizadas por el gobierno" A por ello vamos, en busca del desquite republicano.
Muestra inconcusa de que su laicismo no es más que un golpe de efecto a favor del republicanismo primitivo es su tolerancia respecto al islamismo. ¡Quiá! Mientras condena a la religión con más practicantes en nuestro país por representar la etapa más oscura de nuestra historia, Zapatero le abre las puertas de par en par -y con el pecho hinchado de placer- a un islamismo minoritario y de naturaleza fanática, llegando a facilitar su enseñanza en los centros educativos públicos. Para entenderlo mejor: los españoles no tenemos derecho a estudiar la religión cristiana –mayoritaria y de enorme raigambre- y sí tenemos que cubrir las enseñanzas de una minoría. Sencillamente, las cuentas no salen. O todos o ninguno, mire usted.
A veces olvida que en este barco navegamos todos; que sigue siendo Presidente de lo que aún se puede llamar Es-pa-ña; que, aun cayendo de hinojos ante su cabezonería -y sinvergonzonería-, el humanismo krausista no es la elección del pueblo; que más allá de sus creencias sectarias, esto de llama democracia…
Pero ¿qué podemos esperar? Me sumo a eso de “el que a los veinte años no es de izquierda: no tiene corazón; el que a los cuarenta sigue siéndolo: no tiene cabeza”. Se puede decir más alto, pero no más claro. En este país muchos han perdido ya la cabeza.
¡Qué grosera astracanada la que venimos soportando los españoles! ¡Qué luctuoso final nos espera!. Final, ¿cuándo? ¿El próximo mes de mayo? Posiblemente. ¿Marzo de 2008? Sin duda. Confiemos en el grado de civismo de una media España que aún cree en los valores de la democracia. Entró de rondón y saldrá de patadas.
Si la ideología no es más que un boceto, unos esbozos de la persona, ahora, más que nunca: liberal y hasta el tuétano.
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