lunes, 23 de enero de 2012

DEL PERDÓN A LAS TAMBORRADAS



Escribió el gigante Jung que la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir. Y con vida vivida no se refería a esas excursiones a Egipto en régimen de gorra de visera blanca y pantalones cortos de cazador de mariposas; ni se refería a tostarse la piel hasta acabar como granos de café bajo unos rayos de Sol de esos que arañan como espinas de zarzal; ni a uno de esos cruceros horteras que rotulan el Mediterráneo, simple cresta de la ola. A lo que se refería era al fondo, allí donde se mezclan los bajos instintos y la razón, el alma y las entrañas, la miel y la hiel. Ese viaje al centro de uno mismo, al corazón de un Dédalo siempre irresoluto, como uno de esos laberintos de Reims o Amiens.

A Irene Villa le arrancaron las dos piernas en nombre de las ideas. Una bomba lapa le estalló con doce años, mutilando también a su madre, María Jesús González. Con el correr de los años, la buena de Irene se dedicaría de lleno a explorar esa vida vivible que reclamaba Jung. «Si quieres ser feliz durante un día, odia. Si quieres ser feliz toda la vida, perdona», dijo con esa santimonia suya que le caracteriza. Lejos de respirar por la herida y sacar fuera toda la bilis habida en sus entrañas, obsequió con la indulgencia plenaria a los que quisieron acabar con su vida y la de su madre. Una vida que se halla más cercana a la de Santa Teresa que a la de una ya más que consolidada periodista y escritora. Pero hay más.

Desde mayo, diez víctimas de ETA se han acercado a la cárcel donde se apolillan los que un día mataran a sus esposos, padres o hermanos, al socaire de los programas de encuentros restaurativos del Ministerio del Interior. Víctimas frente a verdugos, cara a cara, sin medias tintas ni taquígrafos. A herida abierta. Los testimonios que recoge el diario El Mundo hielan la sangre, anudan las entrañas, cortan la garganta. «Tú me robaste la adolescencia [...] Yo era alegre y ahora soy una persona triste. Yo era vital y ahora vivo sin fuerzas... Yo ya no soy yo. Soy otro. Y te digo una cosa... Que no me gusto», le dice la víctima al asesino de su padre, mientras éste mengua, como un charco bajo el Sol. Otra víctima de ETA, la hija de un Guardia Civil asesinado, no puede más que con un lacónico y herido «me has jodido la vida». Según un testigo de los encuentros en la cárcel, los asesinos apenas pueden sostener la mirada escudriñadora de sus víctimas. Desarbolados como un velero herido, saben el daño irreparable que han causado. Ya no hay armas ni sentimiento de pertenencia a la tribu con el que engrandecer su apocada figura. Sólo unos ojos que centellean al cruzarse, al igual que dos piedras de sílex que chocan entre sí. «Lo que más siento es no tener a mi compañerito del alma conmigo, que ahora me falta», dice con voz temblorosa la viuda de Jesús Mari Pedrosa, concejal del PP asesinado. A lo que añade: «A mí lo que me mueve es mi fe. Soy muy devota del Sagrado Corazón de Jesús. Pensé: 'Ese chico ha sido muy malo. Si ahora quiere ser bueno, le tengo que ayudar'. Le dije: 'Con esa carita, nadie diría que tienes el haber que tienes'. Gracias a mi fe, el odio no está en mí. Puedo haber sentido rabia, impotencia, puedo haberme hecho preguntas sin respuesta... Pero odiar, no». Un odio enlarvado que sí mantuvo durante años Juan Manuel García Cordero, hijo del delegado de Telefónica García Cordero. Sus palabras retratan el difícil pulso con el que muchas de las víctimas tienen que convivir hasta que encuentran ese hilo de Ariadna que les salve del odio y el rencor. Y ese hilo no es otro que el perdón. «Tras la muerte de mi padre, mi primera fase fue la del odio, un odio nítido, con deseos de venganza. El odio te destruye, te hace daño, lo impregna todo, es terriblemente militante, hay que estar odiando las 24 horas del día, durante años. Así que me di cuenta de que ese odio me estaba destruyendo a mí». Cuenta que el día en que habló con el terrorista que acabó con la vida de su padre, lo primero que hizo nada más salir a la calle fue sentarse sobre el bordillo berroqueño del portal y suspirar, embargado por una sensación de alivio y paz interior al conocer el arrepentimiento del asesino. De repente, se elevó por encima de sí mismo, como en uno de esos Rompimientos de Gloria de las pinturas renacentistas en los que los serafines aparecen por elevación en un plano superior.

Pero ocurre que nunca es fácil descansar en ese punto exacto de reconciliación con uno mismo, allí donde el odio demuda en perdón, paz y tranquilidad. Existe una moneda de cambio, un tributo a exigir al asesino que no siempre está dispuesto a pagar: el arrepentimiento. Son pocos los presos etarras que, aun sin buscar beneficios penitenciarios, se reencuentran consigo mismos tratando de limpiar el sucio reflejo que el espejo les devuelve. La inmensa mayoría se agarran como hienas a su pasado terrorista, pues no ven en sí mismos asesinos, sino activistas políticos, guerreros sin soldada que en su caleidoscópica visión del mundo vasco, optaron por sacrificar su propia vida y humanidad por el tiro en la nuca.

El pasado jueves, el Ayuntamiento de San Sebastián convirtió el día de la ciudad en un infame acto de homenaje a los presos etarras durante la clásica Tamborrada. Lejos de las dolorosas escenas vividas entre las víctimas y los asesinos en Nanclares de Oca, en las que esos que se reían como conejos tras los asesinatos reprimían ahora las lágrimas, la festividad de San Sebastián mostró el lado más desacomplejado del terrorismo, con ese rebozo de provocación y triunfalismo que no hace sino convertir en vergüenza cada uno de esos cetros y escaños que los proetarras ocupan en ayuntamientos y Congreso. Es esa la prueba de la parafina que evidencia cómo sin el arrepentimiento personal del verdugo, el terrorismo no se desprende de su propia naturaleza criminal, sino que, al contrario, la enarbola, la justifica, la engalana. Cada una de estas ceremonias alegres y triunfales es una nueva derrota del Estado de Derecho y un nuevo disparo en la sien de nuestros resortes civiles y políticos. La resolución de un conflicto de esta ralea pasa, irremisiblemente, por ese duelo casi espiritual entre víctimas y verdugos, cara a cara, donde el arrepentimiento despeja el odio y abraza el perdón. Y un perdón pura y estrictamente amurallado tras lo personal, no a fin de obtener beneficios penitenciarios ni réditos políticos. Esa es la única salida posible: la humana. Allí donde el dolor y el arrepentimiento muestren con toda su crudeza a las generaciones venideras que matar ha sido en balde.

Las víctimas, con su perdón y con su sufrimiento, son el auténtico espejo en el que mirarnos, el músculo cardiaco de una sociedad podrida. Son ellos quienes nos enseñan a beldar la paja del trigo, a fin de aliviar el peso de nuestras alforjas. Y ningún lastre tan pesado y difícil de aventar como el del odio y la revancha. Ellos lo hacen a diario, redimiéndonos con su perdón a toda la sociedad. Su grandeza, lisa y llanamente, nos hace pequeños cada vez que miramos a otro lado. Y por cada una de las afrentas y castigos que les regalamos, todos retrocedemos, hasta que, al fin, alcancemos el punto de no retorno. No podemos olvidar que el agua, cuando llega al mar, ya no puede mover molinos. Y como aspas de molino se erigen en Durango las fotos de la vergüenza: esos retratos de aquellos asesinos que, lejos de arrepentirse, nos doblegan con su orgullo asesino. Perdonar no es olvidar, ni mucho menos aceptar el escarnio. Así no.


domingo, 22 de enero de 2012

LA RANA QUE QUERÍA SER AUTÉNTICA


Érase una vez una rana que anhelaba convertirse en una rana auténtica. Ella, como todas, tenía ese color verde intenso, los ojos desorbitados, la piel gelatinosa. Pero ella no quería ser una más. Así que se compró un espejo a fin de observarse detenidamente hasta descartar aquello que no le gustara y realzar aquello otro que le hiciera sentir auténtica. Pero los humores del día le hacían diferir en cuestión de horas con sus propias observaciones. Así que optó por guardar el espejo y comenzar a tomar más en consideración la opinión de los demás que la suya propia. Ese sería su verdadero espejo. Cada día cambiaba de peinado, ropa, pose e incluso actitud, a fin de comprobar qué inspiraba mayor aprobación en esa suerte de jurado popular. Con el tiempo, observó que lo que más valoraban eran sus piernecillas verdes y espigadas. Se dedicó a ejercitarlas haciendo sentadillas, para que lucieran aún más esculpidas y hermosas, como talladas sobre mármol de roseta. Y así siguió, dispuesta a todo con tal de agradar y recibir la aprobación de los demás, hasta llegar un buen día al extremo de dejarse arrancar las ancas mientras otros se las comían, al tiempo que exclamaban con fruición: «qué buena la rana, ¡si parece pollo!».

Hace apenas unas semanas, el nuevo Gobierno de Rajoy anunció, a contrapelo de lo pregonado, una subida de impuestos sin parangón en la historia de la democracia española y de una más que dudosa constitucionalidad, al rebasar el cincuenta por ciento que el Tribunal Constitucional levantó como cortafuegos. La medida impactó como palanqueta sobre la línea de flotación de suyos y ajenos. Pero si mal fue el pecado, peor aún lo fue la estación de penitencia. El Ministro de Hacienda, Cristobal Montoro, se enfrentó a los medios con un alborozo a medio camino entre lo patético y lo infantil, anunciando que habían hecho lo que la izquierda no se había atrevido a hacer en ocho años de gobierno. Lo que, en román paladino, viene a significar que podían ufanarse de haber sido más papistas que el Papa. A saber: que ni Cayo Lara habría impuesto semejante Ley de la Gumía con las clases medias y altas.

Con esa medida, el PP se dejó arrancar una de sus ancas para solaz de esos izquierdistas de todos los partidos, que escribiera Hayek a modo de colleja en el preludio de su obra Camino de servidumbre. Pero Rajoy sabía que no bastaba. No iba a borrar años de prejuicios ajenos y complejos propios por arte de birlibirloque con una subida fiscal. Así que, aprovechando su reunión con ese Napoleón de segunda que es Sarkozy, se decantó por hacer una defensa de la conocida Tasa Tobin, con la que se pretenden gravar las transacciones financieras internacionales, lábaro santo desde hace años de los distintos movimientos antiglobalización. No importó que aquel que fuera Premio Nobel, James Tobin, se opusiera a la instrumentalización de su teoría por parte del colectivo ATTAC y toda suerte de movimientos antiglobalización, considerando sus posiciones anacrónicas e alejadas del mundo actual, como recogiera una entrevista en Der Spiegel. Lo realmente importante era untar con miel las hojuelas de la izquierda, y qué mejor manera que tomando como propias las reivindicaciones de los movimientos anticapitalistas, indignados del 15-M incluidos con los que tanto denuedo pelearon los populares. Vueltas que da la noria. Meses de reuniones, programas, idas y venidas para acabar haciendo política del Hotel Albéniz, ese lugar que los indignados convirtieron en una suerte de Fort Laramie.

Pero puestos a ser títeres de cartón de la izquierda, siempre queda un aplauso más por ganarse. El próximo martes se esbozará en el Congreso la futura Ley de Transparencia y del Buen Gobierno, con una Soraya Sáenz de Santamaría al frente atesorando más poder que la mismísima Irene de Bizancio, Basileus Autócrator, Par de Apóstoles. Según la misma, los políticos caerán por el peso de la gravedad de ese espacio brumoso, níveo, ubicado entre el cielo y la tierra. Vamos, que pretenden convertirlos en simples mortales. Pero, puestos a quijotear, siempre tiene que aparecer un buen Sancho. Y así, de la nada, saltó el Presidente de la Junta de Extremadura, Monago, con ese exabrupto a medio camino del rebuzno y el relincho, advirtiendo que la Ley se aplicaría con carácter retroactivo. Algo muy del gusto -al dente, diríase- de aquellos que aplaudieron con las orejas los juicios del franquismo de Garzón. Pero existe un problema: no advierte hasta dónde llega la retroactividad en el tiempo, olvidando que aún queda mucho escocido con el bueno de Carlos V y cómo nos usó como granero para financiar su aventura imperial. Que hubo malversación de caudales públicos y dolo en sus acciones parece más que obvio. Así que cuidado, Emperador.

Pero centrándonos hasta donde nos alcanza la vista y los pies en el tiempo, suena bastante improbable que una Ley hecha por políticos para cazar políticos triunfe. Al menos con todos por igual. Aunque, claro, siempre sería paradójico ver al Ministro de Justicia, Gallardón, lloriqueando a las puertas del penal por la deuda de 7.000 millones que ha dejado en Madrid. La clave, la médula neurálgica, el nudo gordiano de la cuestión está en lo que el propio Ministro de Hacienda manifestó. «Tiene que haber un rigor en la acción del Gobierno. Si quiere gastar más, tiene que subir los impuestos». Sin más. Olvidando que el instinto de conservación del político viene ya remarcado nada más romper el cascarón del huevo, mayor será aún para no acabar entre rejas. Si de hacer un ejercicio de suma cero se trata, pues qué mejor manera que cuadrar los balances tal y como recomienda el Ministro: subir impuestos y, en el caso de ayuntamientos, crear nuevas tasas municipales o engordar las ya existentes, que haberlas haylas: basuras, veladores, licencias de taxis, usos del espacio público y un etcétera tan largo como exija la necesidad del político. Apuntado en la cuenta del contribuyente, claro está.

Como insistió Baltasar Gracián en el Oráculo manual, «son tontos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen». El bueno de Gracián no supo que con el correr de los años, la sentencia se convertiría en la enseña del partido político que a partir de 2011 gobernaría España. El Partido Popular, puestos a ser más de izquierdas que la izquierda misma, ha ganado las elecciones, pero perdido en las ideas. Al asumir como suyos los preceptos y consignas de la izquierda, ha conseguido que sus rivales se coman sus ancas de rana mientras se esfuerzan en ser más auténticos que ningún otro partido. ¡Qué rica la rana, que parecía pollo!, se dirán en el PSOE riéndose a mandíbula batiente. El ridículo, a veces, no encuentra límites,

martes, 17 de enero de 2012

ANDALUCÍA Y EL RÉGIMEN



Entre las teorías más conocidas de Carl Gustav Jung se halla el principio del ánima-ánimus, así como el fenómeno de la sincronicidad. Pero fue junto a Sabina Spielrein con quien desarrollaría otra de sus grandes apuestas: la Sombra. Según la teoría del psicoterapeuta suizo, existe una personalidad oculta en el inconsciente que esconde y rechaza aquellas características que no queremos reconocer en nosotros mismos pero que yacen en el fondo de nuestra naturaleza reprimida, como esos posos del café que se ocultan en el fondo de la taza pero que no por estar lejos de nuestra vista dejan de existir. Es decir: odiamos de los demás aquello que odiamos en nosotros mismos. Ello explicaría por qué el borrachín de la esquina que se pasea de bar en bar escondiéndose desprecia a los alcohólicos sociales, rechazando así aquello que flota en su propio ser; o por qué esas mujeres que, teniéndose por oblatas de Santa Francisca, desprecian las infidelidades ajenas, sabedoras ellas a nivel inconsciente de su afición a los devaneos; o, ya puestos, por qué aquellos anticapitalistas de chicha y nabo que se pasean por el mundo quemando gasolina y luciendo smartphone condenan un sistema que, en su fuero interno, reconocen como suyo, puesto que da salida a sus propias ambiciones egoístas. Todos ellos viven tiranizados por esa Sombra que les hace hablar con el estómago, como expertos ventrílocuos, pero retratados por el pincel de la contradicción más temprano que tarde. El economista y filósofo Ludwig Von Mises fue un paso más allá a la hora de explicar esa tendencia social hacia una izquierda enemiga del sistema de producción capitalista aun a sabiendas de que su propia situación personal menguaría irremisiblemente bajo un régimen socialista. ¿Las razones? El resentimiento social y el Complejo de Fourier.

De acuerdo a Jung, un complejo es "una vieja herida que todavía duele". Por tanto, el Complejo de Fourier sería algo así como la herida abierta del idealista crónico que hace de su vida diaria un eterno cuento de Hansel y Gretel, huyendo de la incertudumbre que es vivir como un ser humano y anhelando, por tanto, un futuro igualitarismo social que, aun rebajando su propio nivel de vida actual, le otorgaría la seguridad de saber que nadie ni nada abriría más sus propias heridas en un régimen sin competencia entre semejantes ni premios al mérito personal. Es decir: detrás del Complejo de Fourier no se halla más que el miedo a crecer y alejarse -simbólica o literalmente- del regazo materno. De ahí que muchos busquen en el Estado una suerte de ama de crianza o nodriza. Pero no todos sueltan el ancla por el costado izquierdo o babor por puro miedo. Ocurre que detrás de muchos de estos izquierdistas no se hallan ideas ni principios, ni siquiera convicciones o fe ciega, sino puro sentimiento de culpa y resentimiento social. Sabedores de sus limitaciones personales para medrar socialmente, optan por arrastrarse como culebras, al igual que el infausto Plácido de Echegaray. Y de esos polvos, estos lodos. Cuando la política se convierte en un banco de salmones para que pequeños tiranos hambrientos y acomplejados hallen en él un modo de vida, el resultado es una sociedad corrompida hasta el tuétano de los huesos del alma. De ahí que llegue el momento en el que el político tenga la libertad de reírse del ciudadano cuando debiera ser al contrario: el ciudadano reírse del malandrín público que convierte la política en un hampa con corbata y coche oficial. Y más rapiñará cuanto más maneje. Y, claro está, más manejará aquel que implemente una economía dizque social, con una Administración enferma de elefantiasis, que un gobernante de convicciones liberales seguro de los beneficios profilácticos de un Estado mínimo.

Por esas macabras casualidades -o no- de la vida, el próximo día 25 de Marzo se celebrarán las elecciones autonómicas en Andalucía, auténtico albañal socialista de miasmas y pestes. Y digo casualidad macabra porque ese mismo 25-M tiene lugar el día de San Dimas, el buen ladrón. Lo que, tratándose de Andalucía, parece más una condecoración que una colleja. Y es que es en esta Andalucía nuestra donde se ha fraguado el mayor escándalo de corrupción política generalizada no sólo de España sino, posiblemente, de Europa. Ochocientos millones de euros. O lo que es lo mismo: ciento treinta y cinco mil millones de las antiguas pesetas -como aún le gusta decir a la ama de casa- viciados, corrompidos, prostituídos. Un montante que bien valdría una mina de Potosí destinado a pagar las prejubilaciones de los afectados por los ERE, así como oxigenar empresas en quiebra, y que pasó como hetaira barata de mano en mano, en negocios inmobiliarios, chalés, francachelas, saraos, cocaína y mujeres alegres, como bien se ha sabido a raíz de la declaración del chófer del director general de Empleo de la Junta de Andalucía, Fco Javier Guerrero, quien gastó más de cien mil euros en cocaína con el dinero de los EREs. Lo que en cualquier país serio pondría a medios y ciudadanos a las puertas de Palacio, enviando a la cárcel hasta al mismísimo sursuncorda, aquí, en cambio, apenas se deja ver entre las páginas interiores de los diarios, lo que pone de relieve el nivel de exigencia no sólo de los medios de comunicación, sino además del votante.

El pasado 20 de Noviembre, sin ir más lejos, un PSOE que más bien pasaría por el Alakrana ganó en la capital de Andalucía con unas listas que llevaban como número uno a Alfonso Guerra, quien ya tuvo que abandonar una Vicepresidencia por corrupción y por la cual su hermano se tragaría una condena de dos años de cárcel; Antonio Viera, arquitecto del caso de los ERE como número dos; además de Antonio Gavira, imputado por prevaricación administrativa al llenar el sombrero de pepitas de oro a familiares y amigos. Cuando una lista tan contaminada como el agua de Chernobyl se lleva el triunfo en unas elecciones, muestra un retrato cabal, milimétrico -troppo vero! que exclamaría Inocencio X a Velázquez al ver su obra- de lo que es el votante medio y el grado de transigencia con aquellos políticos que con una mano le roban las joyas de la abuela y con la otra le prometen el trigo, el molino y el chamizo. Ocurre, sin embargo, que el latrocinio es generalizado, con alevosía, nocturnidad y todos los agravantes habidos y por haber, mientras que las promesas, de tente mientras cobro, duran lo que la lágrima en caer. Y son esas lágrimas, ese dolor, con el que los prebostes socialistas han venido jugando desde hace treinta años, comprando voluntades, votos, creando auténticos síndromes de Estocolmo, a base de repetir como mantras malditos a la Andalucía profunda, la de los pueblos blancos, la de la piel atezada por el Sol, la del miedo a lo desconocido, que si mal las cosas ahora, peor con todo lo que no sea ellos. Y, untados en miel de caña con el PER, subvenciones, viviendas, han perpetuado una de las mayores vergüenzas políticas de Europa del último cuarto de siglo. Unos servicios públicos descangallados, unos niveles educativos a la cola de Europa según el informe PISA, un paro que llega al 30%, siendo la región de toda la UE con mayor desempleo, unas rentas por hogar casi 4000 euros por debajo de la media española, y unos niños abocados a convertirse más bien en los chicos de la estación de Leningradsky.

Con todo, el encanto de serpientes lleva treinta años funcionando a pleno pulmón. Herman Hesse escribió que cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido demasiado poder sobre nosotros. El próximo 25 de marzo -día del buen ladrón- Andalucía se enfrenta a su sesión de quimioterapia definitiva. Si en las próximas elecciones ocurriese lo que el 20-N con las últimas revelaciones que ponen a directores generales de empleo y altos cargos entre prostíbulos y camellos, sería el momento de enterrar al muerto, pues finada estaría una sociedad dispuesta a premiar el robo más chabacano y caciquil posible con su propio dinero. No podemos olvidar que uno no puede elegir sus trastornos, pero sí su pastillero. El 25-M, en Andalucía, se trata de llevar al cerdo al matadero. Un auténtico cambio de Régimen. Y que todas esas Sombras que en nombre de la filantropía, el altruísmo y la economía social han convertido a Andalucía en un auténtico erial, desaparezcan para siempre en el cementerio de elefantes, sea El Puerto de Santa María o Alcalá Meco. Al clavo que sobresale, se le remacha con un golpe de martillo. Ya es hora.

miércoles, 4 de enero de 2012

READ MY LIPS...



Albert Einstein, socialista convencido y cipayo de los números, dijo que lo más difícil de entender en este mundo es el impuesto sobre la renta. De ahí que toquen las campanas a rebato cada vez que alguien nos canta las verdades del barquero -quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro- respecto a lo injusto de la progresividad en el impuesto sobre la renta de las personas. Y de ahí, también, el riesgo de caer en el muladar de los apestados en el caso de tratarse de un personaje público quien vierta las críticas sobre el mismo. Sin embargo, ocurre que en contadas ocasiones las ideas dinamitan los autos de fe. Y es que la verdadera grandeza del ser no está en vencer, sino en convencer. Una lección que alguien aprendería con aplicación de cartujano allá por los años ochenta en ese gran país que son los Estados Unidos de América: Ronald Wilson Reagan.

Reagan, un viejo actor desencantado con el Partido Demócrata que un buen día daría el golpe de timón hasta convertirse en Gobernador de California por el Partido Republicano, sería el encargado no sólo de vencer, sino además, de convencer en medio del cenagal de la pugna ideológica. Y así, como un mulo percherón con las alforjas repletas de ideas, ganaría las elecciones presidenciales en 1980 a un pobre y desangelado Jimmy Carter, con Milton Friedman como turiferario venteando los inciensos de la Escuela de Chicago.

Ya apoltronado en la Casa Blanca, convirtió el Despacho Oval en una suerte de Monte de los Olivos desde el que predicar su apuesta más arriesgada: el Reaganomics. Es decir, explicar a suyos y ajenos cómo reducir una inflación y déficit estratosféricos a base de reducir impuestos y recortar la administración, deshaciendo así el nudo borroneo de la crisis económica de un país a media luz.

Y así, con la credencial del pueblo norteamericano en la mano, puso en movimiento los resortes de la Ley Fiscal de Recuperación Económica, con la cual se reducirían todos los impuestos con vistas no sólo a oxigenar los pulmones de los ciudadanos sino, además, recaudar más con menos tributaciones individuales. La vieja idea de que bajando impuestos aumentaría la recaudación del fisco la expuso gráficamente el economista Arthur Laffer -sobre una servilleta de papel mientras se lo explicaba en un bar a sus colegas- y desde entonces se le conoce popularmente como la curva de Laffer. De ella se sustrae que existe un tope impositivo máximo que los ciudadanos están dispuestos a tolerar y a partir del cual, una vez superado, se opta por la evasión, las trampas, la economía sumergida, el ocio o, incluso, el latrocinio. Es decir, que se recaudaría lo mismo con un gravamen del 100% que del 0%: nada. Según la teoría del economista norteamericano, si los impuestos bajan desde niveles muy elevados, la inversión, el empleo y el consumo aumentarán, y el Estado recaudará más, al mismo tiempo que aumenta la renta disponible de los ciudadanos.

Así fue cómo la teoría de Laffer -quien además era miembro destacado del Consejo de Asesores Económicos del Presidente- se convertiría en el ariete de la política fiscal de Reagan. La tasa tope a las rentas más altas pasó del 70% al 28%, y del 37% al 15% para las medias, la base impositiva se amplió y muchas formas de evasión fueron eliminadas. Y los resultados no tardaron en llegar. La recaudación fiscal aumentó en más de un 50%, creciendo la economía doméstica como los lirios en primavera. Tan es así que se le llamó economía "punk" a este nuevo modelo por el cual la supuesta reducción por ingresos fiscales generada por los recortes impositivos acabó compensada por los ingresos fiscales más elevados generados con el crecimiento económico. ¿Milagros? Nada. Ciencia económica y Libertad.

Con la misma fuerza le zurraría la badana a la crisis Margaret Thatcher, al socaire del inmenso Keith Joseph, al igual que las revoluciones liberales de los Václav -Havel y Klaus- en la República Checa o Balcerowicz en Polonia. Y una vuelta de tuerca aún mayor que daría el Primer Ministro de Estonia, Mart Laar, epígono de la Escuela Austriaca, como padrino del llamado 'flat tax', un impuesto plano y uniforme. Un tipo de impuesto que gravaría de igual a toda clase de contribuyentes, ya fueran empresas o personas morales, o las personas físicas, con el fin de evitar los malabarismos fiscales y la posibilidad de cambiar de régimen según convenga. La lección de Estonia puso de manifiesto que unos impuestos únicos, bajos y fáciles de pagar desincentivan la evasión fiscal y contribuyen a una mayor recaudación, al verse ampliada la base impositiva. Sin olvidar el ahorro económico que le supone tanto al Estado como al contribuyente. Lejos quedarían los onerosos costes de asesoría tributaria, auditorías, libros de control, etc. Y lejos quedarían, además, los cientos de tomos de derecho tributario destinados a hacer del trámite fiscal un auténtico corredor de las Termópilas.

Ocurre, sin embargo, que la política es el noble arte de ir dejando asignaturas para Septiembre y olvidar lo ya aprendido. Es decir, ese empeño casi místico por ir de Guatemala a Guatepeor, o, dicho de forma más castiza: de pasar del fuego a la sartén. Y así, por la Gracia de Dios, llegó Dios mismo, como sardónicamente le refiriera el bueno de Churchill a Cripps. El 20-N, Mariano Rajoy arrasaba en las elecciones generales con un programa electoral trufado de medidas económicas acertadas y bien dirigidas. Hasta que, una vez ganadas, sacó a relucir el puñal de Bruto. Lo que se nos vendió como una suerte de Santísima Trinidad de la economía -Rajoy, Montoro y Guindos- no ha resultado ser más que un Triunvirato de zelotes traidores. Amurallados tras el pretexto del déficit del 8% en lugar del 6%, asestaron la mayor puñalada de la historia de la democracia española en cuanto a subida de impuestos se refiere. Que el agujero resultara ser de unos 20.000 millones más de los previstos por la estadística oficial ni quita ni añade a lo que ya todos sabían. No es casual que desde Funcas a Freemarket, pasando por las agencias de rating, ya avisaran de que los huevos de la serpiente estaban más que incubados. Es decir, que el equipo de Rajoy, en un ejercicio de hipocresía de la más baja estofa, optó por la mentira más zafia -esa viga que tan bien vieron en Zapatero- presentando un programa electoral que negaba una futura subida impositiva; porque, como bien dijo el Presidente en el debate con Rubalcaba, las subidas de impuestos limitan la recaudación y los incentivos al consumo. Pero nada más fácil y barato en esta pobre España que la mentira y la traición a los suyos -Enrique Tierno Galván dijo que los programas estaban para no cumplirlos- Lo cierto es que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. El partido del cambio no será más que aquello que ha defendido desde su refundación en el Congreso de Sevilla: centro reformismo. Nada de Liberalismo, ni siquiera conservadurismo.

Y es que las raíces del Partido Popular hay buscarlas más bien en la centro-derecha democristiana que los movimientos más libertarios. Es decir: izquierda en lo económico -aun siendo una suerte de 'tercera vía'- y derecha en lo social. Y nada más democristiano que la fiscalidad progresiva, por la que cada cual aporta de acuerdo a sus "posibilidades". Lo que viene a ser una defensa de la Doctrina Social de la Iglesia. De ahí que nada sea más lanar y maleable en el espectro político que el votante del PP, pues a fin de cuentas se trata de un partido bulímico ideológicamente hablando. Y de ahí el silencio cómplice del votante que otrora acribillara al Gobierno socialista, cuando esta nueva reforma fiscal, tal como defendiera incluso la propia SSS, es puro socialismo -con Zp se produjo una rebaja media del 6%-. Sin ir más lejos, la subida de impuestos ha ido más allá en su progresividad que la defendida por Izquierda Unida en su programa.

El colmo de la perversidad se halla en el hecho mismo de vendernos una mentira al completo como una verdad a medias y necesaria. Palabras como esfuerzo y solidaridad, suenan a broma macabra cuando, además, lo dejan macerando en la salmuera de una supuesta temporalidad. Resulta bastante improbable que un Gobierno renuncie al hueso una vez mordido. Bajo el paraguas de la temporalidad se esconden medidas macabras como la "moratoria nuclear", por la cual los españoles siguen compensando a las compañías eléctricas.

Lo cierto es que, lejos de hacer el bien, puede que acaben redoblando el mal. El propio Nobel Krugman -poco sospechoso de liberal- afirmó que el sistema progresivo supone un freno o limitación a la hora de realizar un esfuerzo por progresar económicamente. Desde hoy, en España, el fraude fiscal, así como la economía sumergida, parece más un acto de legítima defensa que un delito. Todo lo que sea acercarse a las tasas del 50%, además de inmoral, entra en el terreno de la inconstitucionalidad, pues son consideradas confiscatorias por el TC. Por tanto, el PP se dispone a pasearse con los pies desnudos por el filo de la navaja aun a riesgo de producir su propia sangría. Estará por ver cuántos huevos habrá en el gallinero cuando llegue el granjero a contabilizarlos. Lo cierto es parece poco menos que improbable que el Gobierno recaude esos 6200 millones previstos. Mecanismos y ardites existen más que de sobra para no tributar a través del IRPF para aquellos que más tienen. Es más, aquellos que pudieran creer en la redistribución y aportaran al sistema fiscal a pies juntillas y con buena fe, puede que opten por bordear la legalidad o poner su dinero a buen recaudo con los tantos mecanismos existentes para evadir la dentellada fiscal.

Como escribiera el ya fallecido Revel, «la primera fuerza que dirige el mundo es la mentira». Una mentira política escenificada por Bush padre con aquel famoso «read my lips: no more taxes» y con el cual se hizo su propio harakiri político. El nuevo ejecutivo ha optado por subirse al tren de los mentirosos. Ha vendido a los votantes por treinta denarios. Y con la bolsa llena, pronto asomará la sica. No obstante, lo que ha quedado como un hecho probado es que el Gobierno de Rajoy ha perdido la más leve sombra de credibilidad cuando aún amanecía. Olvidan que la mentira te puede llevar muy lejos, pero nunca te hará volver atrás. Ya pueden ir aprendiendo la lección. Roma no paga a traidores.