viernes, 25 de marzo de 2011

ESTHER SAEZ

«Llegué con sección de la arteria hepática, estallido de los pulmones, los alveolos quemados... Tenía la cabeza abrasada por detrás, mis orejillas estaban volando, un coágulo en la cabeza y tres paros cardíacos esa noche; porque lo normal es que no estuviera aquí» Lo dice sonriendo, con esa sonrisa leve del que ama la vida por encima de todas las cosas, como se ama la felicidad y la justicia. Anverso de esas otras sonrisas impostadas y fariseas de aquellos alargacuellos que ven en el ascua humeante de las víctimas el mismo oportunismo que la bandada de gaviotas encuentra en las redes del pesquero. Pura cuestión de supervivencia. Y habla también del Perdón, con una voz que a duras penas le sale de dentro, frágil y escurridiza como el pizzicato de una lira. Un perdón que a todos habría de escocernos, si no ruborizarnos. Burdos polichinelas que, inmóviles y desangelados, asistimos a diario a la sucia astracanada del odio y la memoria selectiva.

Sabido es que el dolor y la miseria igualan a reyes y mendigos, héroes y villanos, capuletos y montescos; pero lo que no sabíamos es que ese mismo dolor que erosiona los frágiles andamios de la existencia pudiera hacer germinar auténticos brotes y cotiledones preñados de esperanza, de igual que la flor del loto emerge de la sucia ciénaga. Auténtica lección de vida. Esas pequeñas lecciones inefables que sólo con la mera contemplación cargan de viento las velas de nuestras pobres chalupas. En tiempos de cetrería de bajo vuelo no está de más volver a creer en el ser humano. Y eso, poco o mucho, se antoja suficiente.





viernes, 11 de marzo de 2011

SABER...



Hubo un tiempo en el que fuimos grandes, muy grandes. Cuatro veces más grandes que el Imperio Romano para ser exactos, solamente superados en extensión, pero no en dominio, por el Imperio Macedonio de Alejandro el Grande y el Imperio Mongol de Gengis Khan. Con un pequeño matiz diferencial: fuimos los primeros en extender tal influencia allende y aquende los mares. Pero cuando el trigo creció y dio fruto, apareció también la cizaña. Y con ella Carlos II, la fiebre tifoidea de los Borbones, Felipe V, el Rey Felón y el chapero de Godoy… Una ruina tras otra. Un repliegue sin retorno, de igual que la hoja seca se frunce y riza con el roce de la llama. Y la amnesia, ese mal endémico de este cansino rabo de Europa por desollar.

Hoy, como entonces, lo mismo pero distinto. Uvas pasas colgadas de idéntica vid, pámpanos secos sobre una cepa ya descangallada. Once de Marzo. Un día que, con más pena que gloria, cabría apuntalar sobre el Año Litúrgico como auténtico Viernes de Pasión. Un día de culto a la Traición y la Deslealtad. Siete años han pasado ya desde aquel jueves de dos mil cuatro en el que los sayones hundieran sus clavos sobre una Nación que recién comenzaba a abrir de nuevo las alas. Diez martilladas en forma de mochilas-bomba bastaron para tirar por los suelos todo ese andamiaje que empezaba a levantar lo que años atrás fuera derruido por distintos zorros, tanto o más traidores si cabe que el último Gran Felón. A la descomposición del Estado le sobrevino la necrosis del tejido social. Una sociedad que, ya en estado terminal, pataleó por instantes como lo hace sobre la arena el toro perforado por la espada. Pero poco o nada duraron los últimos bríos. El tiempo de salir escopetados de Irak como abejas africanas. Y una sociedad apocada en su complicidad cobarde que no hizo más que guardar el silencio patético del que ve y hace que mira, dispensándole a la Verdad el mismo trato que el prestado a los muertos. Montones de tierra por encima. Esa tierra apestada y entreverada de virutas que dejan las termitas finalizado el banquete.

Nadie ha podido reflejarlo mejor que el maestro Albiac en una columna para ABC titulada Sombras de Marzo:

«Soy extranjero en mi patria desde aquel 11 de marzo. Extranjero a su apuesta empecinada por el mejor no saber, porque vete a saber cómo serían las cosas si de verdad supiéramos. Pero yo, sin saber, nunca he tenido percepción alguna de una vida vivible. Sin saber, uno queda en menos que siervo: en animal doméstico. En esa cosa terrible que Baruch de Spinoza describe en la patética personalidad del ignorante: Tan pronto como deja de padecer, deja también de ser. Y ama su humillación, porque sólo tiene eso.

La verdad judicial es una convención garantista. Debe ser respetada. No voy a cuestionarla. Entre ella y la verdad, la relación es la misma que entre la música militar y la música. No me concierne. La verdad, sí. Sin adjetivo. Mayormente, porque no conformarme con la mentira es lo que, bien que mal, me hace seguir viviendo. Platón lo llamaba filosofía. Pero no seamos solemnes. Empecinarse en la verdad, por áspera que sea, es ser un hombre. Un hombre. No esto»

jueves, 3 de marzo de 2011

ANDALUCISMO Y BLAS INFANTE




Nada debiera ser más vergonzante para una sociedad madura que el adoctrinamiento ramplón de sus infantes y cachorros, pues la cadena soporta lo que resiste el eslabón más débil. Siendo frágiles como una balandra de paja, hacer proselitismo desde la cuna con aquellos a quienes les tocará hinchar el pecho como gallos de corral con el caer de las hojas es sintomático de una sociedad que da sus últimos estertores de muerte. Primero a caminar y después, si se quiere, que se corra de cabo a rabo la sabana como una gacela; pero entre el deber y el ser podemos abrir un canal que ni el de Panamá. Y es que pedirles decoro a los pedagogos y maestrillos de la nueva escuela es como pedir cotufas en el Golfo. Nada, ladrar a la Luna, tender la ropa en medio de una tormenta.

El pasado 28 de Febrero se celebró, otro año más, el Día de Andalucía. Las vísperas de la celebración se convierten en toda una catequesis en la que los niños o nuevos catecúmenos reciben la primera predicación. Más tardíamente llega, comiéndolo y bebiéndolo, el Bautizo Andalucista. Miles de botarates al Sol cantando el Himno mientras ondean sus banderitas verdiblancas que ellos mismos confeccionaron con cartulinas durante las mañanas de catequesis. Tampoco puede faltar, claro está, ese profesor que con voz campanuda arenga a la tropa de benjamines con consignas de Blas Infante, Padre y Exégeta Mayor del Andalucismo. Todo muy paternal y ceremonioso. Una auténtica comunión en la que los pequeños reciben el sacramento de la Eucaristía en forma de adoctrinamiento light. Y de aquellos polvos, estos fangos. Un fango en el que miles de andaluces retozan como lechales alegres pero en el que sigue vivo no más que ese niño que un día canturreó el Himno de Andalucía en el patio del colegio. Un andalucismo de chicha y nabo en el que Bandera, Himno y Padre conforman su Santísima Trinidad. Rara vez se va más allá de la consigna y el mantra. Más que difícil resulta encontrar un aguerrido andalucista sobrepasando el «¡pedid tierra y libertad!». Imposible si buscamos por los meandros de la vida de Blas Infante. Los símbolos que todo lo pueden. Y como resulta que más se le ve el culo al mono cuanto más alto trepa a la palmera, en esas queda el andalucismo: bandera y manipulación desde la cuna a la tumba.

Fue allá por 2007 cuando Alejo Vidal Quadras llamó cretino integral a Blas Infante. Los que años atrás ondearan sus banderitas comenzaron a salivar como perritas de Pavlov ante el estímulo de hostilidad. He ahí la auténtica naturaleza del condicionamiento. He ahí el fin último del servilismo. De igual que los niños de la Alemania Nazi eran ahormados en el colegio para dar el salto a las Juventudes Hitlerianas, el proselitismo, aun siendo andalucista, se paga. Así pues, no dudaron en plantarse con sus quepis y charreteras ante quien no hiciera más que ponerle nombre a un auténtico miserable como Blas Infante, convertido con el paso de los años en estandarte de Andalucía. Y es que, lejos de hagiografías al uso, la vida de San Blas Infante tuvo más de shahid o mártir de Alá que de auténtico Santo Padre del andalucismo. Y no es mero recurso literario sino verdad cabalísima. El bueno de Ahmad Infante, nombre que tomó tras su conversión al Islam en una Mezquita de Marruecos allá por 1924, dedicó gran parte de su vida a reinventar una Historia de España, en general, y Andalucía, en particular, en la que sus auténticas raíces habría de buscarlas en el Sur de África, encontrando en el Siglo VII la simiente del genio andaluz. Tal es así que, al más puro estilo Mein Kampf, llegaría a escribir que «Andalucía jamás espiritualmente fue un pueblo servil. Fue creado por la Naturaleza pueblo de espíritu, señor. Y hoy, esclavizada, no sirve, manda […] Ni los cristianos del Norte ni los fundamentalistas del Sur eran andaluces. Si la opinión vulgar admite y repite el carácter extranjero de las huestes africanas, debiera en lógica simetría llamar igual a aquellos “ifranyi”, que se decían herederos de la Bética cuando descendían a gritos de los bárbaros invasores godos que hundieron Roma» Y tal fue su cameo constante con el Islam que la propia bandera verdiblanca tomada en la Asamblea Regionalista de Ronda robaba el verde del estandarte de los omeyas y, más concretamente, el verde y blanco del reino nazarí de Granada, barriendo el clásico rojo y blanco. Por no hablar de la campaña iniciada en 1931 por las Juntas Liberalistas a favor de construir en Sevilla una enorme mezquita como contrapeso a la lacra del cristianismo. Igual prostitución o mayor corrió el propio escudo de Andalucía, pues no es casual que en 1922 cambiaran el «España» del emblema por «Iberia», quedando en negro sobre blanco el «Andalucía para sí, para Iberia y para la Humanidad».

Pero puestos a buscar el agua como zahoríes, qué mejor muestra que estas otras palabras del muyahidín Ahmad Infante llamando a la islamización de Andalucía: «El Profeta de nuestros antepasados de Al-Andalus que, como todos los profetas, será nuestro profeta y el de todos los hombres libres en tanto cuanto digan la verdad, anunció esta verdad incontrovertible: “¡Ay del día en que un espíritu no comprenda a otro espíritu. Porque el espíritu es espíritu como la luz es luz!" Trabajemos con suma cautela en estos principios para que Andalucía vuelva a ser inspirada por su propio genio y porque su libro vuelva a ser el Al-Korán»

Por lo demás, consignas de mercadotecnia, zoco de baratijas, granero con más paja que trigo, es lo que nos dejó el Pastor de la rebañega andaluza. Y es que nada como una buena ristra de consignas y frases barnizadas para que comulguemos hasta con pesadas ruedas de molino. Ocurre, sin embargo, que éstas son como el agua de rosas, que está bien olerla pero que no conviene tragarla. Detrás de tanta sentencia y dogma de fe se hallan los matraces y tubos de ensayo de los laboratorios de ingeniería social que, celosos y diligentes, exprimen las mentiras y medias verdades a fin de sacar de la nada trasgos y basiliscos a los que encañonar. La vieja idea de una Andalucía Libre, sin bridas ni horcates al cuello, rebosante de independentismo, pidiendo una tierra robada tras siglos de guerra y opresión, puede llenar de nubes trenzadas de poesía el magín del que racionaliza en verso; pero la realidad se escribe en prosa.

Una opresión que va mucho más allá en el tiempo al dominio de los terratenientes andaluces, pues el bueno de Blas Infante vio en Castilla las puertas mismas del Averno y en la figura de los Trastámara la cabeza misma del mal, demudada en auténtica Hidra con el consorcio de Fernando e Isabel. Y es que, según el padre del andalucismo, Al-Ándalus correría una suerte de paraíso en la tierra en el que la convivencia entre las tres culturas, tan meliflua y acaramelada, conformaría una sola cultura integradora claramente diferenciada del Occidente cristiano. Tesis defendida por Américo Castro en contraposición a la vieja idea de su archienemigo particular, Sánchez Albornoz, quien defendiera que la Reconquista y los Reyes Católicos devolvieron España al redil del mundo latino occidental del que procedía y del que nunca debió de salir de no ser por la torpeza manifiesta de sus predecesores. Y es que las raíces del ensamblaje directo del Islam hay que buscarlas precisamente ahí, en unos reyes visigodos que si bien sintieron auténtica pasión morbosa por la horca y las saetas, llegando con ello hasta la disgregación misma del reino, no corrieron mejor suerte con la llegada de los musulmanes, quienes, aprovechando la coyuntura como la serpiente se aprovecha de la madriguera del roedor para esperar al desayuno dentro, se aliaron con los witizanos con la confianza que da un usurero nómada a fin de llevarse su parte del pastel a las puertas de la caída de Rodrigo. Pero no sólo su trono caería. Así, dejando las puertas de casa abiertas, en un abrir y cerrar de ojos se instalaría en la Península un Islam que apenas comenzaba a ponerse en pie, con menos de un siglo de existencia en su haber y, por tanto, poco forjado institucionalmente. Es ahí de donde cabe sustraer esa suerte de convivencia pacífica, en el amanecer de Al-Ándalus, pues unos pocos de miles de musulmanes necesitarían de varios cientos de años para condensar esa amalgama de religión y poder que, torpe y desarticulado en su origen, no pudo más que tolerar a los tres millones de cristianos invadidos. Pero las tornas cambiarían con el paso de los años. Tal es así que se produciría un auténtico exterminio cristiano con la llegada de los almohades a Granada y los posteriores decretos de conversión. Toda una casa cuna de fraternidad e integración, que diría el maestro San Blas.

Así, es de natura que ni con fórceps tuviera lugar el alumbramiento de esa mítica Arcadia de Al-Ándalus, madre de una nueva cultura claramente diferenciada de sus raíces latinas. Y es que el legado andalusí ni es racial, ni étnico, ni tan siquiera cultural. Lo primero lo confirman los estudios poblacionales y algo tan elemental como el sentido de la vista. De lo último se encargan los datos, siempre al margen de ciertos elementos artísticos y arquitectónicos, así como cierto léxico que, como bien señala el arabista Serafín Fanjul, no conformaba en el siglo XIII más de un 0,5% del volumen del mismo y limitado a la vida material y agrícola. Más llamativo aún lo que encontramos en el terreno artístico. El propio Sánchez Albornoz sacaría del zurrón unos datos bastante sorprendentes: «El arquitecto Leopoldo Torres Balbás, el mejor conocedor del arte islámico peninsular, celosísimo investigador de sus proyecciones en la España cristiana y gran devoto de lo arábigo, ha examinado los precedentes de la decoración mural hispanomusulmana en un estudio aparecido en el pasado año. De él resulta que en Villajoyosa (Alicante) y en La Cocosa (Cáceres) se han encontrado muy abundantes restos de yeserías murales en edificios hispanorromanos de los siglos III y IV de nuestra Era. […]Esas yeserías preislámicas españolas, hace poco descubiertas, no debieron ser las únicas que adornaron los muros de los edificios hispano romanos. San Isidoro alude a tal técnica en sus Etimologías. […]Uno de los elementos más característicos del arte árabe español tendría, por tanto, clara raíz hispana premusulmana, como la tuvieron otras muchas prácticas, instituciones y formas de vida, de pensamiento y de expresión. Sólo ignorando la subestructura histórica de la España remota puede nadie asombrarse de la perduración en Al-Andalus de esa compleja, multiforme y profunda herencia preislámica».

Con estos mimbres, no resulta arbitrario ni casual que salgan los revisionistas como salen las abejas del panal en busca de las flores a fin de segar la historia en mitades irreconciliables y a partir de las cuales hacer una caricatura de la misma con paciencia de amanuense. Y es que, caer de hinojos ante Al-Ándalus al tiempo que se cocean nuestras raíces cristianas puede tener dos caras, la una afilada como la espina y la otra algodonada como el vilano. Y es de ésta orilla, la maquillada y tramposa, desde la que los contramaestres del revisionismo pueden libar el dulce néctar del poder a fuerza de adocenar a sus recentales. Una manipulación que tan cobardemente comienza en los colegios, haciendo perder el sentido de la realidad a una legión de benjamines que, ansiosos por recuperar viejos Robin Hoods como Blas Infante, acaban más próximos a ese Alonso Quijano que un buen día acabó perdiendo la sesera con tanta novela de caballería, pues pura literatura es aquella a partir de la cual se levanta el edificio del separatismo y que tan grandes cuotas de poder anda regalando. Lo demás viene solo. La realidad, una vez más, chocando con el deseo. ¿Qué te asombras de las ikastolas y el aranismo? Sólo hace falta un 28-F.

Yo pienso igual que Alejo, y me incrimino,
y quiero ser non grato a los idiotas,
pues tengo a Blas Infante por berzotas,
por sandio, por tronado y por cretino.

Yo soy también culpable y me empecino
en tocar las ridículas pelotas
de tantos melindrosos compatriotas
enfermos de sandez y desatino.

Y si mis opiniones son tan graves,
que dicte ya una fatua Manuel Chaves,
guardián de las esencias sarracenas.

Que Al Ándalus entero se levante
y que el fantasma islámico de Infante
me azote con el látigo de Arenas

Fray Josepho